martes, 9 de junio de 2015

Las piedras tienen memoria


Cada vez que me entero de algún descubrimiento arqueológico o de la restauración de una callejuela, observo a mi alrededor y no puedo evitar que me invada una nostalgia que va mutando desde la sorpresa hasta convertirse en una interminable derrota.
Las esquinas, otrora lugares donde acontecieron momentos de felicidad, han sido borradas del mapa; la plazoleta en la que ellos se cruzaron las primeras miradas, enterrada bajo centímetros de asfalto y la majestuosa torre de ladrillo rojo, faro que señalaba el rumbo a seguir para saciar la sed a base del brebaje de cebada, dinamitada sin ningún miramiento. Siempre el mismo argumento: La ciudad tiene que mejorar, avanzar, ser más atractiva para el visitante. Una verdad llena de múltiples trampas.

Decía Gabriel García Márquez que recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidarse es difícil para quien tiene corazón.” Y así andamos, recordando y haciendo que la memoria atesorada por las piedras no sea pasto del olvido, será por eso que a falta del objeto de nuestros recuerdos, nos conformamos con levantar monolitos en los que grabamos elegías que recuerden a las generaciones futuras que ciertos sacrificios no son otra cosa que suicidios inducidos, o suavizando la reflexión, podemos decir que abocamos a nuestro entorno a un irreversible proceso de deterioro ‘cognitivo’.

Aunque a veces ocurra que la mala conciencia de los gestores y un par de euros que aparecen por arte de magia, provocan situaciones un poco ridículas como la siguiente. Andaba por mi antiguo barrio, un día que decidí callejear para recordar viejos tiempos, y perdido entre nubes de recuerdos, me tropecé con un monolito de un metro ochenta de altura por ochenta centímetros de ancho (más o menos) y un diseño fruto de un ataque de nervios.
Tras recuperarme de la impresión vía vaso de agua con azúcar, leí la inscripción, volví a tomar agua y mientras reanudaba la marcha me preguntaba cómo era posible que lo que rezaba en dicho bloque de cemento hubiese pasado sin que ese niño que fue, aquel adolescente en que muté y el adulto que soy, tuviera memoria de tales hechos. Creo que a esas piedras les pasaba lo mismo.

Scriptum est

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