Cada vez que me entero de algún descubrimiento
arqueológico o de la restauración de una callejuela, observo a mi alrededor y
no puedo evitar que me invada una nostalgia que va mutando desde la sorpresa
hasta convertirse en una interminable derrota.
Las esquinas, otrora lugares donde acontecieron
momentos de felicidad, han sido borradas del mapa; la plazoleta en la que ellos
se cruzaron las primeras miradas, enterrada bajo centímetros de asfalto y la
majestuosa torre de ladrillo rojo, faro que señalaba el rumbo a seguir para
saciar la sed a base del brebaje de cebada, dinamitada sin ningún miramiento.
Siempre el mismo argumento: La ciudad tiene que mejorar, avanzar, ser más
atractiva para el visitante. Una verdad llena de múltiples trampas.
Decía Gabriel García Márquez que “recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidarse es difícil para
quien tiene corazón.” Y así andamos, recordando y haciendo que la memoria atesorada por las piedras no sea
pasto del olvido, será por eso que a falta del objeto de nuestros recuerdos,
nos conformamos con levantar monolitos en los que grabamos elegías que
recuerden a las generaciones futuras que ciertos sacrificios no son otra cosa
que suicidios inducidos, o suavizando la
reflexión, podemos decir que abocamos a nuestro entorno a un irreversible
proceso de deterioro ‘cognitivo’.
Aunque a veces ocurra que la mala conciencia de los gestores y un par
de euros que aparecen por arte de magia, provocan situaciones un poco ridículas
como la siguiente. Andaba por mi antiguo barrio, un día que decidí callejear
para recordar viejos tiempos, y perdido entre nubes de recuerdos, me tropecé
con un monolito de un metro ochenta de altura por ochenta centímetros de ancho
(más o menos) y un diseño fruto de un ataque de nervios.
Tras recuperarme de la impresión vía vaso de agua con azúcar, leí la
inscripción, volví a tomar agua y mientras reanudaba la marcha me preguntaba
cómo era posible que lo que rezaba en dicho bloque de cemento hubiese pasado sin
que ese niño que fue, aquel adolescente en que muté y el adulto que soy,
tuviera memoria de tales hechos. Creo que a esas piedras les pasaba lo mismo.
Scriptum est
Scriptum est
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