Sobre Clinton Eastwood, Jr. (San
Francisco, 1930) se ha escrito para alegría de unos y enfado de otros, así que
las líneas que siguen corren el peligro de satisfacer o provocar el mayor de
los desprecios a esos “unos y otros”. Hasta aquí todo normal, aunque como no
soy un tahúr, muestro mis cartas y suscribo lo que afirmó sobre Clint otro
maestro del celuloide:
(…) “Delante
de él me quito el sombrero” (Orson Welles, 1 julio 1982)
No obstante y puestos a sincerarme,
confieso que no he sido llamado por la senda de la mitomanía, por lo que no
esperen de este humilde escribidor ninguna llamada a las armas en pos de la
defensa de aquél fuerte apache o ese huerto de calabazas. Está claro que me
gusta el trabajo de Eastwood y por eso estas líneas pretenden ser unas humildes
pinceladas en torno a una constante en su discurso cinematográfico: la
decencia.
Sé que sostener tal visión ética en el trabajo de este cineasta
puede chirriar si a las primeras de cambio incluyo en la lista a Harry
Callahan, un personaje que como mínimo ha sido calificado de fascista, una
etiqueta que tanto Eastwood como Don Siegel rechazaron
de pleno. Pero si dejamos a un lado la parte del
discurso que Harry apoya en su Smith & Wesson
Magnum 44, ¿Qué nos queda?
Pues vemos a un policía que no
hace ascos a la hora de enfrentarse a los casos incómodos, desagradables y
abocados al fracaso de los que el resto de sus compañeros huyen. Un tipo que
entra a saco en la investigación y a quien ¡Oh casualidad! la defensa de la
víctima no es asunto baladí. Un agente de la autoridad poco dado a la
diplomacia de salón, un hábitat donde la gestión de los intereses públicos es
sacrificada en aras del beneficio privado que hemos dado en llamar corrupción.
- Cuando un hombre adulto persigue a una mujer tratando
de violarla, yo mato al hijo de puta. Ésa es mi política.
- ¿Y cómo sabe usted que va a violarla?
- Cuando un hombre desnudo y empalmado persigue a una
mujer por una calle con un cuchillo de carnicero, me figuro que no está
haciendo una colecta para la Cruz Roja. (Harry
el Sucio)
En tal sentido, Clint Eastwood
hace que, tanto Callahan como el resto de los personajes objeto de esta
reflexión, se embarquen en la búsqueda de la justicia y la defensa de la
honestidad y claro, en ese camino surge un monstruo demasiado humano. Tanto,
que tiene por costumbre liberar todos los demonios que almacenamos a lo largo
de nuestra existencia: la venganza.
Nostalgia
Qué mejor momento para hacer un
alto en el relato y sumergirse en la nostalgia recordando un momento crucial en
la carrera profesional de nuestro personaje. El mismo que fuera alcalde del
municipio californiano de Carmel-by-the Sea (1986-88), que emigró a España tras
ser llamado para trabajar en el 'espaguetti' que Sergio Leone estaba cocinando
en Almería. Un Eastwood que entre el equipaje que cruzó el 'charco' contaba con
un par de pantalones vaqueros y su famoso poncho, debajo del cual, los
chiquillos de la época que llenábamos los cines, sabíamos que escondía su revólver.
Entre 'Un puñado de dólares', 'El
bueno, el feo y el malo' o 'La muerte
tenía un precio' ¡qué nervios sentíamos mientras dábamos buena cuenta del
'Baya-Baya de naranja con el que ayudábamos a desatascar la garganta de chuches
y 'porquerías' por el estilo! Un trago de refresco entre las notas de las
bandas sonoras elaboradas por el genial Ennio Morricone; los ojos como platos y
la respiración entrecortada al ver que el malo de turno, Lee Van Cleef,
pretendía cazarlo a traición ¡Un sinvivir en Technicolor!
Esos bandidos que
tenían, y aún conservan, una característica común: se mantienen a una distancia
prudencial del agua y el jabón. Quiero pensar que por exigencias del guión.
Y en un giro previsto en el
guión, hago que mis personajes recuperen el discurso inicial. Que vuelvan a
esos objetivos que a modo de cordón umbilical, han ido unido, metraje a
metraje, a Ben Shockley (Ruta suicida), Bill Munny (Sin perdón), Red Garnett
(Un mundo perfecto), Luther Whitney (Poder absoluto), Steve Everett (Ejecución
inminente), Terry McCaleb (Deuda de sangre), Walt Kowalski (Gran Torino) o al
Clint director en 'Mystic River'. En cierta medida, todos ellos, en algún
momento, son deudores de Callahan.
A modo de conclusión, sostengo
que en ‘Gran Torino’ (2008), atisbo a
un Harry Callahan mutado en Walt Kowalski , un veterano de la guerra de Corea
que ve cómo todo cambia a su alrededor. Un tipo huraño que no soporta a sus
vecinos inmigrantes del sudeste asiático, pero que tras el incidente con el
joven Thao (Bee Vang) que intenta robarle una de sus posesiones más queridas:
un Gran
Torino de 1972, se obliga a tratar con ellos y conocer su historia
familiar. Ahí surge la empatía en un Kowalski que se implicará en la defensa del barrio ante la presión de
las bandas. No soporta las injusticias, los abusos. Se viste con su mejor traje
y aplica su ley. Muere destrozando a los enemigos: Kowalski y Harry Callahan se
dan la mano.
En este invento llamado cine
siempre ha existido un espacio para los sentimientos sin edulcorantes y maestros
puestos a la labor. Esto es mucho más que 24 fotogramas por segundo. Estamos
hablando de arte, de un maestro. De la mirada de Clint Eastwood.
Scriptum est
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