lunes, 18 de enero de 2021

Más que un lugar

No hablaré de dos personas valientes, no escribiré sobre dos seres humanos con resiliencia; no usaré este espacio para loar el empeño en resistir el asalto a la aldea por parte de unos bárbaros que afirman, sin rubor alguno, que asedian tu propiedad por el bien común.

No escribo para endulzar los oídos de propios o extraños, ni mucho menos para concitar el aplauso o buscando algún tipo de autoafirmación hija de cualquier manual de ayuda adquirido en una gasolinera en una noche de tormenta.

¿De quiénes hablo, qué han hecho, qué hacen y por qué lo cuento? 

Hace más de cinco años, allá por el lejano mes de abril de 2015, se puso en marcha un espacio para el ocio nocturno, que transformando un garaje dio a luz Un lugar en el que se fueron congregando gentes con ganas de saborear una amplia carta de cócteles amén del resto de bebidas espirituosas por todos conocidas. Un quinquenio que sí tenía un plan: convertirse en un bar con un toque especial. Desde aquella pequeña biblioteca que daba la bienvenida al visitante (quién sabe si tiempo después, ya transformado en un amigo), un mobiliario original, simplemente cómodo… y al fondo, pero siempre muy cerca, las figuras de Lici y Cintia; recuerdo a la primera atendiendo en la sala y tras la barra, que no parapetada, Cintia manejando botellas y vasos, y allí, sus respectivas sonrisas. 

Trabajo y más trabajo,. Año tras año. Aguantando los altibajos, soportando con estilo al imbécil de turno; disfrutando de los amigos, de la empatía, una cualidad, ésta última, de difícil aplicación, porque no todos están dotados con las armas precisas y a veces, ni siquiera aprecian el trabajo que realizan: Ellas, sí, tanto lo uno como lo otro. 

Aniversario va, aniversario viene hasta que llegó 2020, doce meses que se presentaban con el orgullo del quinto año –porque no hay quinto malo– o eso creíamos hasta que en marzo tuvieron que cerrar. Y transcurrieron los meses sin ingresos, tirando de la hucha, estirando de lo ahorrado con el esfuerzo de las horas alumbradas por la luna, por la iluminación del local, por el gusto del trabajo bien hecho. Llegó la reapertura cargada de restricciones y ellas a darlo todo: sonrisas, calidad, calidez y trabajo. Unos meses apretando, apurando hasta que entendieron que su apuesta, visto el panorama, no daba más de sí. ¿Nos vamos, cerramos y buscamos otros lugares donde poder respirar? Pensaron, analizaron los pros y despejaron los muchos contras. Ni un paso atrás, se dijeron. ¿De qué nos habría servido haber llegado hasta aquí?

Y surgió Un lugar para tomar café, para trabajar o simplemente pasar el instante. Se acabaron las noches, se espantaron las miasmas, que como viejas gruñonas, pretendían entorpecer sus vidas. Nuevos aires ocuparon la superficie conocida, poco a poco llegaron gentes con sus trastos electrónicos, ocuparon las nuevas mesas, saborearon los cafés; disfrutaron de un nutritivo desayuno… Pero algo ocurre, pasa algo que nos ha devuelto la zozobra. Tienen que cerrar como otros cientos de negocios porque así lo ha decidido quien vive cómodamente en su amplio despacho oficial ¿Ayudas a estos pequeños empresarios que han empeñado hasta las cejas? La pregunta se pierde entre los pliegues de los informes sanitarios y entre los silencios vergonzosos.

Se llaman Cintia Lici, son dos empresarias, pero también se han convertido en amigas. ¿Recuerda que escribí sobre tal posibilidad? Pues no era para llenar un espacio. No sé cómo terminará este infierno, pero quiero pensar que ellas serán capaces de sostener las cuadernas de su embarcación… siempre y cuando no les nieguen el océano que tan bien las conoce.