viernes, 18 de agosto de 2023

𝗖𝗼𝗻𝘀𝗽𝗶𝗿𝗮𝗻𝗼𝗶𝗰𝗼𝘀: 𝗟𝗮 ú𝗹𝘁𝗶𝗺𝗮 𝗹í𝗻𝗲𝗮 𝗱𝗲 𝗱𝗲𝗳𝗲𝗻𝘀𝗮

 











   La República no se defiende con soflamas y sí con actos que no precisan de acciones heroicas, únicamente requiere el compromiso ético de aquellos que denuncian la deriva hacia el caos, el final de la razón, la muerte de todo lo que se creía inamovible porque las manoseadas páginas de nuestra Carta Magna daban fe de ello. Y es que sólo un idiota encantado de conocerse, de haberse dejado encandilar por los cantos digitales se sorprende ahora (con la boca chica) de todo lo que ha pasado pero tiene la desfachatez de poner en duda lo que se avecina, porque en toda su inconmensurable estupidez, él confía en las líneas de defensa de nuestro Estado de Derecho. Pero resulta que la autodestrucción goza de una salud envidiable cuyo reflejo cegador muestra todo su esplendor en las urnas cuatrienales.

Llegado a este párrafo se me planteaba la duda de dónde anclar la cronología de la humilde reflexión. Barajé la opción de fijar mi atención en el famoso Régimen del 78, pero consideré que sería calificado de paranoico amén de fascista. También me sedujo la idea de arropar estas líneas en el cercano 2020, año que me animo a bautizar como el fundacional de los conspiranoicos, gente insultada, vilipendiada, perseguida y silenciada, pero que a base del tesón de quienes dudan -que no están cegados, abducidos ni borrachos- intentan poner pie en pared ante el rodillo de la mal llamada razón de Estado, versión oficial, comité de expertos o decisión emanada del parlamento. Al final, y tras consultar a nadie, he optado por las dos posibilidades. ¡Que Dios me pille confesado y con la cara lavada y recién peinado!



   De 1978 se ha dicho mucho, tanto, que me ahorro el esfuerzo de enumerar los ‘grandes logros’ alcanzados desde aquel postrero año, si bien me resisto a no recordar que de aquellos barros… Así que sitúo el resto de la reflexión en el 2020, unos doce meses que se presentaban interesantes, al menos desde el punto de vista literario porque se conmemoraba el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós, del «maestro de las letras modernas» (Germán Gullón). Pero no pudo ser, ni ese homenaje ni cualquier otro asunto que hubiera fijado su fecha en tan funesto año. Desde ese momento y tras el pasmo inicial surgieron voces disidentes, datos fuera del circuito oficial, afirmaciones y dudas que ponían en jaque la estrategia del terror, cuyo primer capítulo se intentó con el nombre de Gripe A allá por el año 2009 para mayor gloria de los laboratorios que hicieron su agosto, y de los gobiernos que dilapidaron miles de millones en dosis que acabaron en la basura, más o menos como ha ocurrido recientemente con el timo covidiano, En aquel año, expertos sin las manos manchadas por los sobornos de la industria farmacéutica dieron la voz de alarma con mayor éxito que catorce años después porque evidentemente, el fiasco sirvió para mejorar las pautas para la infamia que estaba por llegar, Evento 201 mediante. Por esa época los conspiranoicos estaban dando la tabarra que era convenientemente silenciada aderezada con insultos chistosos y descalificaciones grotescas. Como ahora, pero en esta ocasión existe un matiz importante: Los conspiranoicos no sólo no han disminuido su presión sino que han aumentando el nivel de sus planteamientos a pesar de una bochornosa censura de informativa llevada a cabo por los medios de ‘comunicación’ con una sonrisa de oreja a oreja y el consiguiente incremento de sus ingresos publicitarios. Ahora son más y están mejor organizados. Su mensaje ha calado en mucha gente porque se funda en la razón (no son perfectos ni infalibles) y jamás han utilizado el miedo, herramienta ésta que está viviendo un trienio dorado y sobrepasando unos límites nunca vistos. Bueno, tampoco es así, digamos que la estrategia fundada en el terror tiene padres conocidos, uno de ellos responde por el nombre de Joseph Goebbels.

   Si de hacer memoria se trata, jamás se podrá olvidar cómo actuaron las fuerzas policiales so pretexto de la plandemia: «Caballero, la mascarilla», -patada en la puerta sin mandamiento judicial, detenidos por pasear por la playa o el campo-, «Póngase la mascarilla por el bien común» o qué decir del famoso comité de expertos, uno de los cuales se fue a Portugal a surfear mientras millones de españoles estábamos secuestrados en nuestras casas. Había monstruos agazapados esperando el momento, y ese momento llegó.

   Concluyo afirmando que los conspiranoicos están entre nosotros para quedarse. Que pensar fuera del rebaño es de conspiranoicos, que disentir es de conspiranoicos, que reclamar el respeto y salvaguarda de nuestros derechos fundamentales es de conspiranoicos, que respirar sin tener que pedir permiso es de conspiranoicos y que espero que cualquier sátrapa que vaya a por nosotros será pasto de los conspiranoicos, una suerte de última línea de defensa de la razón y la libertad… de todos, incluidos aquellos que se burlan de los conspiranoicos y piden el encierro de todos y cada uno de esos seres humanos que han dicho no a la barbarie.



domingo, 18 de junio de 2023

𝗘𝗹 𝗿𝗲𝘀𝘂𝗿𝗴𝗶𝗿 𝗱𝗲 𝗣𝗲𝗿𝗶𝗰𝗼 𝗱𝗲 𝗹𝗼𝘀 𝗣𝗮𝗹𝗼𝘁𝗲𝘀

 








Los españoles tenemos una democracia representativa que está encantada de representarse y representar una suerte de parodia donde lo importante es parecer, mientras nuestros abnegados representantes dilucidan qué nos debe importar, cómo debemos comportarnos y a quién debemos respeto fiscal e institucional, con una evidente orfandad de razones en torno al por qué hemos llegado hasta aquí. Y mientras callamos -reforzando la representatividad de la cosa- los cimientos de nuestra democracia representativa son inspeccionados por una hornada de albañiles que blanden las viejas cucharas.


   Cabría esperar que tras haber disfrutado de la Constitución de 1978, -conocida popularmente como R-78, sin que se pueda afirmar con certeza histórica que George Lucas tuviera algo que ver-, los españoles de bien habríamos interiorizado todo el edificio constitucional sin sonrojarnos, pero resulta que no es así, y así nos va gracias a la irrupción de las redes sociales. Sí, lector perspicaz, la tecnología ha hecho estragos en el cuerpo electoral nacional con tal sigilo, que ni nuestras afamadas empresas demoscópicas fueron capaces de ver el tsunami, únicamente preocupadas por joder el día al encuestado telefónico. Ese virus, que describiré en breve, está provocando una desbandada; está causando un descrédito social al hecho de votar «en persona personalmente».

Llegados a este punto, usted se preguntará qué forma tiene ese intruso para, detectado, dejar caer sobre él todo el peso de la legislación y así salvaguardar nuestra democracia representativa de los idus fascistas a izquierda. Pues se sorprenderá al conocer la respuesta: La almohadilla (#). Veamos.

   Resulta que los españoles -perdón si molesto, pero ¿De qué otra forma nos íbamos a identificar?- llevamos un tiempo algo cabreados, en un porcentaje que dejo en manos de los expertos. Y como andamos así, con la moral por el subsuelo, dedicamos parte de nuestro ocio a elucubrar formas de mejorar lo existente (mientras otros piensan cómo destrozar todo aquello que molesta al que elucubra). Entre pitos y flautas, retuiteos, memes y vídeos que no deberían superar los tres minutos, lanzamos proclamas esperando que los espíritus afines se unan en torno a nuestro brillante instante, pero hete aquí, que quien creías un alma gemela, se descuelga con su luminosa idea y atrapa a más gente que tu parida (datos obtenidos de fuentes de toda solvencia). El tiempo pasa, las decepciones se multiplican y crece la almohadilla. Todos son lemas adheridos a dos líneas paralelas que reposan sobre otras tantas verticales, más o menos como esto #QueTeVote… ¿Hacía dónde diablos nos dirigimos? ¿Cuál es el destino de nuestra democracia representativa si quienes están llamados a defenderla (cada cuatro años) teclean esos lemas? ¿Qué deberían hacer nuestros representantes elegidos en una democracia representativa para frenar estos impulsos autodestructivos? ¿Acaso estamos ante el resurgir de Perico de los Palotes?

   Sé que todas estas preguntas tienen respuesta que gustarán o no. Soy consciente del hecho diferencial (!) y me duele en las entretelas democráticas que podamos deslizarnos por una pendiente de mensajes y cartelería de vivos colores mientras los enemigos de nuestra representativa democracia representativa urden planes cuyo final será nuestra sumisión. ¿Qué está usted dispuesto a hacer? Sólo valen respuestas erróneas con #TecleaEnLibertad




jueves, 23 de febrero de 2023

𝗗𝗶𝘀𝗲𝗻𝘀𝗼 𝗴𝘂𝘀𝘁𝗮 𝗱𝗲𝗹 𝗰𝗼𝗻𝘀𝗲𝗻𝘀𝗼

 








   Tanto tiempo denunciando hasta la afonía las miserias que acarrea el «consenso progre» y en la segunda oportunidad e imagino que para sorpresa desagradable de propios, extraños y adosados y la adhesión inquebrantable de la masa asociada VOX acoge entre sus brazos al becerro de oro, un tal Ramón Tamames. 

Supongo que la decisión ha sido fruto de una reflexión de largo recorrido, hija de debates acalorados y prima hermana de sesudos análisis, tras descubrir el imposible metafísico de hallar un candidato de derechas que fuera capaz de concitar el hasta ayer maldito y hoy anhelado «consenso progre», ¡Diantres!, qué mejor solución que ungir a Ramón, (militante de pro del PCE, creador de la Federación Progresista y cofundador de Izquierda Unida hasta que se trasladó cómodamente al CDS de Suárez), con el óleo de la moción, y que sea El Candidato, pero sin llegar al estado de perturbación descrito en la novela de Richard Condon -The Manchurian Candidate-.

Ahora bien, ¿Qué tiene de malo el pasado? y abundando en el tema ¿Cuántos pasados puede tener un hombre? ¿Acaso es posible igualar los pasados con el número de chaquetas? Creo que responder adecuadamente puede ayudar a entender el por qué de esta decisión adoptada por quienes habitan la sede de la Calle Bambú. 

Pero la misa aún no está dicha…

   Hay un aspecto importante que requiere algo de atención, y que como el mantra del «consenso progre», debería ser la clave de bóveda del discurso de la derecha española: La batalla cultural, una lucha tan amplia y complicada, que el enunciado apenas muestra todo su valor, porque intuyendo el resto de estrategias diseñadas en cómodos despachos con el único fin de socavar los ya debilitados cimientos de nuestra vieja nación, esta puesta en escena cuyos siguientes capítulos se desarrollarán en la Carrera de San Jerónimo, me 'animan' a bautizar el evento con el sugerente nombre de «El sitio de Tamames».

Para ir despejando dudas, recuerdo que el viejo profesor ha dicho que nones a cuestionar en el discurso cualquier crítica al disparate de la ley de violencia de género, el aborto, la eutanasia o el Estado de las autonomías, unas exigencias (aceptadas por quienes promueven la moción de censura) que evidencian la coherencia ideológica de un candidato que se tapa la nariz con otros postulados de VOX. Pero resulta que esos temas forman parte de los cimientos ideológicos de la organización de derechas que hasta ahora parecían unas líneas rojas que sólo merecían la destrucción, mas cuando se rinden las armas miga a miga, por detrás llega el zampabollos (la izquierda) que no deja ni rastro, las digiere adecuadamente y enarbola las banderolas al uso, provocando la enésima toma del palacio invernal.

   Alguien podría señalar que son cesiones asumibles cuando lo que se busca es asegurar un bien supremo ―mostrar todas las vergüenzas del Gobierno actual― ¡Craso error!, porque aspectos kantianos al margen, la situación se asemeja a la archiconocida razón de Estado, ese agujero negro que se traga cualquier atisbo de decencia por el que, según quienes la defienden, qué importa defraudar a unos cuantos si consiguen que suene la campana. Pues bien, creo que a pocos se les escapa que esta moción está condenada al fracaso «¡había que intentarlo!», afirman los convencidos que jamás dudan de su líder―. Albergo pocas dudas sobre la aparición de algún diputado díscolo, ni siquiera de varios que se han dejado la piel en el hemiciclo hasta que han encontrado un nuevo acomodo: Me gustaría equivocarme.







En definitiva...

   Sea por nuestra inveterada querencia por el liderazgo mesiánico o debido a otras cuestiones que se pierden entre las profundidades abisales de la conciencia colectiva ―salvo los versos sueltos, lo cierto es que farolear, a pesar de conocer cómo terminan esas apuestas, vuelve a conducir a los páramos de la decepción. Y a estas alturas de la partida, con más cadáveres que aficionados, es igual el color del estandarte, porque siempre habrá quienes aplaudan con las orejas, los pies o las coderas desgastadas mientras la orquesta artrítica de tanta humedad, ameniza el baile. Ellos a lo suyo por el bien de todos aunque la masa esté dando boqueadas. Por experiencia sabemos que otros vendrán que llenarán nuestros espíritus con una dosis de esperanza, que esa vez, sí, será la buena.