lunes, 27 de diciembre de 2021

Según qué valido, habemus regem

Habitamos instantes confusos, minutos elásticos, horas que no alcanzan las en punto y semanas que concluyen un lunes antes de tiempo. 

Pero además, y ahí deseo llegar, entre los restos del confeti, turrones mordisqueados y botellas a medio vaciar de este 2021 que agoniza, si cabe, con menos garbo que su predecesor, emerge una suerte de edificio constitucional cuyo origen se remonta a… y del que no existe explicación alguna en nuestra Carta Magna nacida en ese lejano, olvidado y a veces por manoseado, convertido en un mantecoso año de Nuestro Señor de 1978.

En tal construcción fantasma ubicada en el solar denominado Título II. De la Corona, se han ido adosando cubículos desde los que el monarca de turno -dos, hasta el momento-, ha movido y mueve con discutible garbo su cuerpo al andar, mientras observa el ir y venir de validos con sus archiconocidos colchones, que entran en La Moncloa con amplia sonrisa y abandonan la estancia en pos de un futuro giratorio. 

¡Acabe con esta agonía!, –grita un observador. 

Concluyo, –respondo al impaciente. 

Quiero decir y digo, que ante las críticas dirigidas a Felipe VI por lo que muchos ciudadanos entienden como el progresivo abandono de su compromiso activo en defensa del orden constitucional -recuerdan su discurso ante el golpe de Estado del Gobierno regional catalán (2017)-, han vuelto a la decepción, cabreo y algo peor: la indiferencia, tras oír su alocución del pasado 24 de diciembre. 


En defensa del monarca, unos dicen que poco más puede hacer considerando los límites que marca la Constitución; otros añaden a la justificación anterior un aspecto, casi un matiz propio de un funambulista que me ha ¿sorprendido?. Dicen esos ciudadanos que el rey está obligado a tragar con los fundamentos ideológicos que defiende el actual Gobierno, porque de lo contrario, el Ejecutivo haría tal presión sobre la testa coronada que no habría AVE que lo llevara a Roma. 

Tras analizar el comentario, consultar a mi oráculo de cabecera, encuestar a tres vecinos y alimentarme equilibradamente, he alcanzado toda la luz del conocimiento habido. Y digo:

No es tiempo de agachar la cabeza, caer en el desánimo o que la desesperación haga mella en nosotros. Nuestro monarca jamás nos ha traicionado o dejado en manos de chavales cuya ideología promueve la implantación de un régimen totalitario -comunismo-, porque el hijo del «legítimo heredero de la dinastía histórica» (art. 57 CE) no es así. Resulta que él, Felipe, actúa según quién habite las estancias 'monclovitas'. Por ejemplo, que hay un golpe de Estado, pues él ocupa la franja de máxima audiencia televisiva y con gesto serio y regio a más no poder, exige la toma de medidas que aborten tamaño atentado a nuestro Estado democrático. 

Luego, tenemos aquella situación -la actual- donde un Gobierno apoyado por lo más rastrero y traidor del panorama 'político' continental, está pisoteando cualquier texto que huela a Constitución -importándole un pimiento que el Tribunal Constitucional declare ilegal los estados de alarma y el cierre del Parlamento-, ¿Qué hace el Borbón?, pues aunque parezca que adopta la táctica del camaleón, 'hable' como un camaleón y nos mire a los ojos como un camaleón, realmente su intención es hacer de muro de contención hasta que un gobierno que aparente ser de derechas acceda con su colchón al recinto palaciego -Moncloa mediante-, entonces esa será la señal que volverá a nuestro monarca un tipo dispuesto a jugarse nuestros cuartos por defender: 

¡Atención! por veinticinco céntimos, cuál es la respuesta correcta…

La Constitución

El legado Borbón

La Agenda 2030  -si hubiera elecciones anticipadas-

O sea, que gracias a ese edificio constitucional al que me referí al comienzo, cabe el dudoso honor de que nuestra vieja Nación haya asentado los cimientos de una nueva Monarquía Hispánica en la que el rey adoptará aires de monarca según sea el valido. 

Sé que algunos sentirán que este texto resulta un ataque a vaya usted a saber qué. Es probable que estas líneas se la sude a más de diez y hasta cabe la posibilidad que los olvidos sean el preludio de un adiós, del afamado «Ya lo sabía» y del no menos conocido «¿Qué te había dicho?».