Ahora que
detento el poder cambio las reglas y enarbolo banderas.
Infinitas.
Ese ha sido el número de veces que hemos sido testigos de cómo exigían el
cumplimiento de la ley, quienes en ese momento, el alejamiento democrático de
las poltronas impedía hacer realidad tan justa demanda. Hasta ahí nada que
objetar.
Sin
embargo, la paradoja estaba silente, diríamos que latente, a la espera de una
oportunidad y en esta ocasión los idus de abril soplaron en dirección a la
vetusta Híspalis y a un edificio al que sus ocupantes irregulares dieron en
llamar Corrala La Utopía. El propietario (una entidad bancaria) en las
antípodas de semejante planteamiento, exigió lo que es suyo, y claro el
asunto ha terminado en desalojo porque sabemos del escaso sentido del humor de
los 'rescatados'.
¿Qué hacer
con las personas que fueron expulsadas, familias en unos casos? El clamor fue
casi unánime: ¡Queremos una vivienda! gritaban a las puertas del Ayuntamiento y
entonces aparece un poder superior, la Junta, y con ella la consejería de
Fomento y Vivienda que, 'olvidándose' de una lista de espera que engrosan 12.000
personas, concede las llaves de viviendas a los afectados. Alegría y pasión.
Es cierto
que en el auto que ordena el desalojo, el juez indica que se provea de lo
necesario a los menores y a otras personas que estén en riesgo de exclusión
social. Pero ¿cuántos demandantes de vivienda corren ese mismo riesgo? Más aún
¿cuántos sevillanos están pasándolas canutas en listas o fuera de ellas? Y sin
llegar a responder a esas preguntas surge ésta otra ¿la solidaridad debe ser un
valor de aplicación coyuntural? Y otra más: ¿cuándo se ha visto a los poderes públicos salvaguardar derechos fundamentales a tal velocidad?
Llegados a
este punto, entiendo la pertinencia de recordar que detentar alguna parcela de gobierno conlleva obligaciones, una obviedad que en nuestro país no termina de ser
entendida, ni siquiera (y es muy triste) por aquéllos que se dicen depositarios
de los ideales de igualdad, libertad y justicia. Porque llegado el momento de
aplicarlos, manifiestan comportamientos raros, balbucean mensajes en extrañas
lenguas y sufren convulsiones que sólo calma el despacho elegante, el coche
oficial y el olvido de cualquier principio.
Scriptum est
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