Lo que ha
hecho Esperanza Aguirre al desobedecer las indicaciones de unos agentes de la
autoridad trasciende la simple anécdota. Es un claro síntoma, uno más, de que
quienes detentan el poder (en activo o medio pensionista) no tienen la menor
intención, siquiera, de maquillar su total desprecio hacia nosotros: los
ciudadanos.
¿Exagero y
además soy un apologeta del desánimo y la frustración? No.
Me reafirmo en el
convencimiento de nuestra capacidad para responder a los embates que se nos presentan:
¿acaso es prueba baladí cómo estamos afrontando esta crisis? Como tampoco
olvido que nuestra solidaridad y empatía gozan de buena salud.
Pero donde
ya casi no hay manera de hallar resquicio por el que se pueda insuflar ánimos,
es cuando observas cómo se maneja esa masa compacta que forman los
representantes políticos. En este caso encaja sin problema alguno, afirmar que
sus ideologías han muerto, siempre y cuando demos por bueno que las
discrepancias de las que nos hacen partícipes van más allá del simple reparto
de cuotas de poder.
Que la
'lideresa' se haya fugado de un control, que otros hagan uso de los aviones
oficiales para escapar de un atasco, ir a cantar con el coro o reventar la
tarjeta junto al Támesis y que además perciban unos generosos emolumentos, son
chorradas, pero todo un síntoma de desprecio que me hace recordar el infierno
de Dante y por ello, abandonar cualquier esperanza.
Scriptum
est
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