viernes, 17 de enero de 2025

𝗩𝗶𝗲𝗿𝗻𝗲𝘀 𝗱𝗲 𝗲𝗻𝗲𝗿𝗼

 









Hoy se cumplen cincuenta años del robo de las joyas del Pino. Ha transcurrido medio siglo, que dicho así, pareciera que el asunto se pierde en la noche de los tiempos o se oculta entre la bruma invernal que cubre la Villa cuando fríos y lluvias envuelven el ancho y largo del lugar. Pero resulta que el elefante sigue en la habitación para disgusto de quien custodiaba las alhajas, que transcurrido el tiempo, no ha exhibido el mínimo interés en recordar y reflexionar sobre un hecho tan relevante que traspasó -tanto de manera ilegal como sentimental- no sólo las puertas de la Basílica de Teror (Gran Canaria), sino que también atravesó los sentimientos.

Aquella mañana del viernes 17 de enero de 1975 se fue desperezando mientras una llovizna dejaba su impronta en el pavimento terorense y la noticia iba corriendo de boca en boca entre gestos, primero de incredulidad, que con el pasar de las horas se fue transformando en tal enfado, que algunos comenzaron a dirigir su índice acusador hacia un lugar concreto, por el que desde el año anterior sentían desconfianza.

Resulta curioso que este episodio histórico haya levantado el mismo interés literario que las proezas de un ornitorrinco con problemas estomacales, tanto es así, que al margen de artículos periodísticos, Mil novecientos 75, novela publicada en 2021 y escrita por un servidor, sea de los escasos trabajos literarios que trata este asunto a medio camino entre la novela histórica y el género negro.

La justificación

Cuando en 1974, José Antonio Infantes Florido (1920-2005), obispo de la Diócesis Canariensis (1967-1978), entiende como una necesidad imperiosa la tasación de las joyas que exhibe la virgen del Pino en sintonía con los aires de cambio que soplan tras el Concilio Vaticano II de cuyo final se habían cumplido nueve años, debe entenderse la publicación de su instrucción pastoral titulada Las alhajas de la Virgen del Pino. En ese documento, el prelado sevillano comienza explicando que «La actitud misionera es y ha sido siempre el cometido principal de la Iglesia, según la conocida frase del Concilio Vaticano II de que ella es el signo de la salvación en Jesucristo», por tanto los mensajes nunca «pueden comunicarse sin el medio apropiado del lenguaje», y ahí aparece el binomio que conforman el mensaje y el signo. Y es en los primeros párrafos del documento donde el máximo representante de los católicos de esta parte del Archipiélago canario presenta sin ambages la clave de bóveda de todo su discurso, aunque muy al contrario de lo que ocurre en arquitectura, esa dovela espiritual no transmitió ni en todo ni en parte, las tensiones que estaban por llegar.

Que se empeñara en realizar una tasación de las joyas y que hiciera público el resultado de la misma formaba parte de ese sentido significante, de tal forma que esas alhajas aparecieran a la vista de muchos, podía entenderse como una contradicción (y por ello, la mejor justificación sería convertirlas en pesetas contantes y sonantes) ante las «necesidades y problemas de los débiles».

El robo

Pero si la pastoral fue el armazón ideológico del que se valió la Iglesia para convencer a los feligreses de que los tiempos estaban cambiando y la transformación de las joyas en dinero debía ser el camino a seguir, con el resultado conocido, no es menos cierto, que todo lo que rodeó el robo merece algún comentario. La noche de autos, la Villa de Teror se quedó sin suministro eléctrico durante tres horas, una avería que es otra de esas casualidades que provocan la risa; luego tenemos el asunto de si la puerta de la Torre amarilla quedó abierta o eso fue imposible, tal y como señalara en varias ocasiones Ángel Ortega Ortega, el entonces monaguillo de la Basílica, por cierto, un edificio que no contaba con un sistema de alarma.

¿Qué hicieron los investigadores con uniforme y toga tras recopilar ‘toda’ la información? Sé que en los archivos de la Jefatura Superior de Policía se custodian cinco documentos ¡Cinco!, alguno tan curioso como la relación de viajeros del vuelo 50 de Iberia Gran Canaria- El Aaiún, cuyo capitán entregó a la Brigada de Investigación Criminal el listado de pasajeros del 17 de enero por si acaso. Se cotejaron las huellas dactilares entre lo más brillante del hampa insular, entre ellos se hallaba el tristemente famoso Ángel Cabrera Batista, alias El Rubio, que al año siguiente estaría implicado en el secuestro del industrial tabaquero Eufemiano Fuentes Díaz. ¿Y? Pues que jamás se juzgó a nadie, asaltando la pregunta de si aquello resultó un robo perfecto o una investigación deficiente. Tal vez fue el mejor año para asaltar la Basílica -a pesar de que, casi a modo de susurro, el runrún sobre la identidad de los posibles ladrones resuene con otra letra y melodía- y los peores doce meses de la década para realizar una exhaustiva investigación policial: Franco estaba agonizando y los fontaneros del Estado -tanto los activos como aquellos que anhelaban los puestos- andaban ajustando llaves y bajantes.


El 17 de enero de 1975 fue un viernes que amaneció con una llovizna que cubrió tímidamente los barrancos, puentes, azoteas y los corazones de la Villa de Teror. 

Hoy es 17 de enero de 2025, un viernes para recordar que hace cincuenta años, o si lo prefiere, medio siglo, esa acogedora Villa Mariana, epicentro de la religiosidad de Gran Canaria, hace memoria (a pesar de quienes prefieren el olvido) mientras en la Plaza de la Alameda el tiempo transcurre y una brisa acaricia sus piedras.


viernes, 18 de agosto de 2023

𝗖𝗼𝗻𝘀𝗽𝗶𝗿𝗮𝗻𝗼𝗶𝗰𝗼𝘀: 𝗟𝗮 ú𝗹𝘁𝗶𝗺𝗮 𝗹í𝗻𝗲𝗮 𝗱𝗲 𝗱𝗲𝗳𝗲𝗻𝘀𝗮

 











   La República no se defiende con soflamas y sí con actos que no precisan de acciones heroicas, únicamente requiere el compromiso ético de aquellos que denuncian la deriva hacia el caos, el final de la razón, la muerte de todo lo que se creía inamovible porque las manoseadas páginas de nuestra Carta Magna daban fe de ello. Y es que sólo un idiota encantado de conocerse, de haberse dejado encandilar por los cantos digitales se sorprende ahora (con la boca chica) de todo lo que ha pasado pero tiene la desfachatez de poner en duda lo que se avecina, porque en toda su inconmensurable estupidez, él confía en las líneas de defensa de nuestro Estado de Derecho. Pero resulta que la autodestrucción goza de una salud envidiable cuyo reflejo cegador muestra todo su esplendor en las urnas cuatrienales.

Llegado a este párrafo se me planteaba la duda de dónde anclar la cronología de la humilde reflexión. Barajé la opción de fijar mi atención en el famoso Régimen del 78, pero consideré que sería calificado de paranoico amén de fascista. También me sedujo la idea de arropar estas líneas en el cercano 2020, año que me animo a bautizar como el fundacional de los conspiranoicos, gente insultada, vilipendiada, perseguida y silenciada, pero que a base del tesón de quienes dudan -que no están cegados, abducidos ni borrachos- intentan poner pie en pared ante el rodillo de la mal llamada razón de Estado, versión oficial, comité de expertos o decisión emanada del parlamento. Al final, y tras consultar a nadie, he optado por las dos posibilidades. ¡Que Dios me pille confesado y con la cara lavada y recién peinado!



   De 1978 se ha dicho mucho, tanto, que me ahorro el esfuerzo de enumerar los ‘grandes logros’ alcanzados desde aquel postrero año, si bien me resisto a no recordar que de aquellos barros… Así que sitúo el resto de la reflexión en el 2020, unos doce meses que se presentaban interesantes, al menos desde el punto de vista literario porque se conmemoraba el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós, del «maestro de las letras modernas» (Germán Gullón). Pero no pudo ser, ni ese homenaje ni cualquier otro asunto que hubiera fijado su fecha en tan funesto año. Desde ese momento y tras el pasmo inicial surgieron voces disidentes, datos fuera del circuito oficial, afirmaciones y dudas que ponían en jaque la estrategia del terror, cuyo primer capítulo se intentó con el nombre de Gripe A allá por el año 2009 para mayor gloria de los laboratorios que hicieron su agosto, y de los gobiernos que dilapidaron miles de millones en dosis que acabaron en la basura, más o menos como ha ocurrido recientemente con el timo covidiano, En aquel año, expertos sin las manos manchadas por los sobornos de la industria farmacéutica dieron la voz de alarma con mayor éxito que catorce años después porque evidentemente, el fiasco sirvió para mejorar las pautas para la infamia que estaba por llegar, Evento 201 mediante. Por esa época los conspiranoicos estaban dando la tabarra que era convenientemente silenciada aderezada con insultos chistosos y descalificaciones grotescas. Como ahora, pero en esta ocasión existe un matiz importante: Los conspiranoicos no sólo no han disminuido su presión sino que han aumentando el nivel de sus planteamientos a pesar de una bochornosa censura de informativa llevada a cabo por los medios de ‘comunicación’ con una sonrisa de oreja a oreja y el consiguiente incremento de sus ingresos publicitarios. Ahora son más y están mejor organizados. Su mensaje ha calado en mucha gente porque se funda en la razón (no son perfectos ni infalibles) y jamás han utilizado el miedo, herramienta ésta que está viviendo un trienio dorado y sobrepasando unos límites nunca vistos. Bueno, tampoco es así, digamos que la estrategia fundada en el terror tiene padres conocidos, uno de ellos responde por el nombre de Joseph Goebbels.

   Si de hacer memoria se trata, jamás se podrá olvidar cómo actuaron las fuerzas policiales so pretexto de la plandemia: «Caballero, la mascarilla», -patada en la puerta sin mandamiento judicial, detenidos por pasear por la playa o el campo-, «Póngase la mascarilla por el bien común» o qué decir del famoso comité de expertos, uno de los cuales se fue a Portugal a surfear mientras millones de españoles estábamos secuestrados en nuestras casas. Había monstruos agazapados esperando el momento, y ese momento llegó.

   Concluyo afirmando que los conspiranoicos están entre nosotros para quedarse. Que pensar fuera del rebaño es de conspiranoicos, que disentir es de conspiranoicos, que reclamar el respeto y salvaguarda de nuestros derechos fundamentales es de conspiranoicos, que respirar sin tener que pedir permiso es de conspiranoicos y que espero que cualquier sátrapa que vaya a por nosotros será pasto de los conspiranoicos, una suerte de última línea de defensa de la razón y la libertad… de todos, incluidos aquellos que se burlan de los conspiranoicos y piden el encierro de todos y cada uno de esos seres humanos que han dicho no a la barbarie.



domingo, 18 de junio de 2023

𝗘𝗹 𝗿𝗲𝘀𝘂𝗿𝗴𝗶𝗿 𝗱𝗲 𝗣𝗲𝗿𝗶𝗰𝗼 𝗱𝗲 𝗹𝗼𝘀 𝗣𝗮𝗹𝗼𝘁𝗲𝘀

 








Los españoles tenemos una democracia representativa que está encantada de representarse y representar una suerte de parodia donde lo importante es parecer, mientras nuestros abnegados representantes dilucidan qué nos debe importar, cómo debemos comportarnos y a quién debemos respeto fiscal e institucional, con una evidente orfandad de razones en torno al por qué hemos llegado hasta aquí. Y mientras callamos -reforzando la representatividad de la cosa- los cimientos de nuestra democracia representativa son inspeccionados por una hornada de albañiles que blanden las viejas cucharas.


   Cabría esperar que tras haber disfrutado de la Constitución de 1978, -conocida popularmente como R-78, sin que se pueda afirmar con certeza histórica que George Lucas tuviera algo que ver-, los españoles de bien habríamos interiorizado todo el edificio constitucional sin sonrojarnos, pero resulta que no es así, y así nos va gracias a la irrupción de las redes sociales. Sí, lector perspicaz, la tecnología ha hecho estragos en el cuerpo electoral nacional con tal sigilo, que ni nuestras afamadas empresas demoscópicas fueron capaces de ver el tsunami, únicamente preocupadas por joder el día al encuestado telefónico. Ese virus, que describiré en breve, está provocando una desbandada; está causando un descrédito social al hecho de votar «en persona personalmente».

Llegados a este punto, usted se preguntará qué forma tiene ese intruso para, detectado, dejar caer sobre él todo el peso de la legislación y así salvaguardar nuestra democracia representativa de los idus fascistas a izquierda. Pues se sorprenderá al conocer la respuesta: La almohadilla (#). Veamos.

   Resulta que los españoles -perdón si molesto, pero ¿De qué otra forma nos íbamos a identificar?- llevamos un tiempo algo cabreados, en un porcentaje que dejo en manos de los expertos. Y como andamos así, con la moral por el subsuelo, dedicamos parte de nuestro ocio a elucubrar formas de mejorar lo existente (mientras otros piensan cómo destrozar todo aquello que molesta al que elucubra). Entre pitos y flautas, retuiteos, memes y vídeos que no deberían superar los tres minutos, lanzamos proclamas esperando que los espíritus afines se unan en torno a nuestro brillante instante, pero hete aquí, que quien creías un alma gemela, se descuelga con su luminosa idea y atrapa a más gente que tu parida (datos obtenidos de fuentes de toda solvencia). El tiempo pasa, las decepciones se multiplican y crece la almohadilla. Todos son lemas adheridos a dos líneas paralelas que reposan sobre otras tantas verticales, más o menos como esto #QueTeVote… ¿Hacía dónde diablos nos dirigimos? ¿Cuál es el destino de nuestra democracia representativa si quienes están llamados a defenderla (cada cuatro años) teclean esos lemas? ¿Qué deberían hacer nuestros representantes elegidos en una democracia representativa para frenar estos impulsos autodestructivos? ¿Acaso estamos ante el resurgir de Perico de los Palotes?

   Sé que todas estas preguntas tienen respuesta que gustarán o no. Soy consciente del hecho diferencial (!) y me duele en las entretelas democráticas que podamos deslizarnos por una pendiente de mensajes y cartelería de vivos colores mientras los enemigos de nuestra representativa democracia representativa urden planes cuyo final será nuestra sumisión. ¿Qué está usted dispuesto a hacer? Sólo valen respuestas erróneas con #TecleaEnLibertad




jueves, 23 de febrero de 2023

𝗗𝗶𝘀𝗲𝗻𝘀𝗼 𝗴𝘂𝘀𝘁𝗮 𝗱𝗲𝗹 𝗰𝗼𝗻𝘀𝗲𝗻𝘀𝗼

 








   Tanto tiempo denunciando hasta la afonía las miserias que acarrea el «consenso progre» y en la segunda oportunidad e imagino que para sorpresa desagradable de propios, extraños y adosados y la adhesión inquebrantable de la masa asociada VOX acoge entre sus brazos al becerro de oro, un tal Ramón Tamames. 

Supongo que la decisión ha sido fruto de una reflexión de largo recorrido, hija de debates acalorados y prima hermana de sesudos análisis, tras descubrir el imposible metafísico de hallar un candidato de derechas que fuera capaz de concitar el hasta ayer maldito y hoy anhelado «consenso progre», ¡Diantres!, qué mejor solución que ungir a Ramón, (militante de pro del PCE, creador de la Federación Progresista y cofundador de Izquierda Unida hasta que se trasladó cómodamente al CDS de Suárez), con el óleo de la moción, y que sea El Candidato, pero sin llegar al estado de perturbación descrito en la novela de Richard Condon -The Manchurian Candidate-.

Ahora bien, ¿Qué tiene de malo el pasado? y abundando en el tema ¿Cuántos pasados puede tener un hombre? ¿Acaso es posible igualar los pasados con el número de chaquetas? Creo que responder adecuadamente puede ayudar a entender el por qué de esta decisión adoptada por quienes habitan la sede de la Calle Bambú. 

Pero la misa aún no está dicha…

   Hay un aspecto importante que requiere algo de atención, y que como el mantra del «consenso progre», debería ser la clave de bóveda del discurso de la derecha española: La batalla cultural, una lucha tan amplia y complicada, que el enunciado apenas muestra todo su valor, porque intuyendo el resto de estrategias diseñadas en cómodos despachos con el único fin de socavar los ya debilitados cimientos de nuestra vieja nación, esta puesta en escena cuyos siguientes capítulos se desarrollarán en la Carrera de San Jerónimo, me 'animan' a bautizar el evento con el sugerente nombre de «El sitio de Tamames».

Para ir despejando dudas, recuerdo que el viejo profesor ha dicho que nones a cuestionar en el discurso cualquier crítica al disparate de la ley de violencia de género, el aborto, la eutanasia o el Estado de las autonomías, unas exigencias (aceptadas por quienes promueven la moción de censura) que evidencian la coherencia ideológica de un candidato que se tapa la nariz con otros postulados de VOX. Pero resulta que esos temas forman parte de los cimientos ideológicos de la organización de derechas que hasta ahora parecían unas líneas rojas que sólo merecían la destrucción, mas cuando se rinden las armas miga a miga, por detrás llega el zampabollos (la izquierda) que no deja ni rastro, las digiere adecuadamente y enarbola las banderolas al uso, provocando la enésima toma del palacio invernal.

   Alguien podría señalar que son cesiones asumibles cuando lo que se busca es asegurar un bien supremo ―mostrar todas las vergüenzas del Gobierno actual― ¡Craso error!, porque aspectos kantianos al margen, la situación se asemeja a la archiconocida razón de Estado, ese agujero negro que se traga cualquier atisbo de decencia por el que, según quienes la defienden, qué importa defraudar a unos cuantos si consiguen que suene la campana. Pues bien, creo que a pocos se les escapa que esta moción está condenada al fracaso «¡había que intentarlo!», afirman los convencidos que jamás dudan de su líder―. Albergo pocas dudas sobre la aparición de algún diputado díscolo, ni siquiera de varios que se han dejado la piel en el hemiciclo hasta que han encontrado un nuevo acomodo: Me gustaría equivocarme.







En definitiva...

   Sea por nuestra inveterada querencia por el liderazgo mesiánico o debido a otras cuestiones que se pierden entre las profundidades abisales de la conciencia colectiva ―salvo los versos sueltos, lo cierto es que farolear, a pesar de conocer cómo terminan esas apuestas, vuelve a conducir a los páramos de la decepción. Y a estas alturas de la partida, con más cadáveres que aficionados, es igual el color del estandarte, porque siempre habrá quienes aplaudan con las orejas, los pies o las coderas desgastadas mientras la orquesta artrítica de tanta humedad, ameniza el baile. Ellos a lo suyo por el bien de todos aunque la masa esté dando boqueadas. Por experiencia sabemos que otros vendrán que llenarán nuestros espíritus con una dosis de esperanza, que esa vez, sí, será la buena. 




miércoles, 7 de diciembre de 2022

𝗥𝗮𝗺𝗽𝗮𝘀 𝗶𝗻𝘁𝗿𝗮𝗺𝘂𝗿𝗼𝘀

   Las tradiciones forman parte de nuestro tejido cultural. Sean inmateriales o su contrario, y algunas por sus particularidades emocionales, sobresalen sin mayores esfuerzos, sobre todo, aquellas que tienen como génesis la fe, y cuando se transita por esos recovecos, asumir el mensaje únicamente está al alcance de los creyentes, quienes disfrutan de todo el esplendor, del conjunto de los mensajes. En la misma línea pero con otros matices están, aquellos fieles que despliegan un mayor interés en descifrar los arcanos con el propósito de acercarse al mejor entendimiento del hecho que ocupa una parte importante de su existencia. Claro está, que en todas estas manifestaciones donde mandan los sentimientos, surgen las voces escépticas que claman contra lo que entienden como un muro de sinrazón, de supercherías, pero ese es otro negociado que aquí no tiene cabida.

   Este artículo viene a cuenta de la visita que realicé al Museo Semana Santa y Tamborada de Hellín (Albacete), un espacio expositivo en el que se recoge la iconografía de una de las fiestas más importantes que se desarrollan en esta zona del suroeste peninsular, de este espacio vital donde tengo anclada una parte importante de mi historia familiar. Así, desde mi infancia he disfrutado de los recuerdos, que de mano en mano, han ido pasando por la vista y los sentimientos de mis abuelos, sus hijos -padres y tíos-, hermanos y una lista interminable de primos, tanto de aquellos con los que he podido compartir mesa, mantel y juegos, como de los otros, que aún en la lejanía, llevan adherida en su memoria la historia.


   Si cada experiencia museística es un mundo de sensaciones intransferibles, la vivida en el MUSS (por lo expresado con anterioridad) supuso la inmersión en todo el esplendor -únicamente superado de largo durante la propia Semana Santa- de los dos elementos que conforman esos siete días: Los elementos que conforman los múltiples desfiles procesionales y las tamboradas. Descender las rampas que a modo de calzada facilitan el tránsito por la instalación, permite la contemplación de todos los aspectos que dan sentido a los diversos pasos (en latín: passus, -sufrimiento, escena-). Se observan las plataformas que despliegan unas características singulares fruto de las manos de unos artesanos que han vertido todo su saber en cada centímetro, claro está que las sutilezas estilísticas, alejadas de cualquier tentación homogeneizadora, dan como resultado que la vista se detenga en cada espacio. Ni que decir en relación a la imaginería, una parte, que reposa entre las paredes del museo apurando las semanas hasta el momento preciso. De techos que recuerdan el infinito catedralicio, el espacio expositivo va fundiendo el concepto religioso con todos aquellos elementos de la no menos singular tamborada hellinera, uno de los espectáculos mas sobrecogedores que se puedan vivir.

   Ascensos como si de un singular gólgota se tratara y descensos que deparan sorpresas; de idas y venidas entre la ciudad allende protegida por la Sierra de Segura y los pinos mediterráneos que salpican su espacio vital. La sempiterna Iglesia de La Asunción que guarda un lado del espacio que ocupa el museo, calles empinadas y estrechas que conforman una telaraña de historias; el recuerdo almohade y judío, el asentamiento que ocupara el sitio arqueológico de El Tolmo de Minateda, como el que plantó la génesis de la actual ciudad de Hellín.

Me atrevo a decir que estas dos ciudades que siendo una y con la distancias estéticas y literarias que no se me escapan, podrían (casi) adentrarse en la descripción dickensiana: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos...». Eso sí, siempre Historia viva y sentimental.

viernes, 18 de noviembre de 2022

𝗧𝗿𝗲𝘀 𝗝𝘂𝗮𝗻𝗲𝘀, 𝘁𝗿𝗲𝘀

   


    Tres Juanes faenan en el Matador de la Calle de La Cruz, una de esas callejuelas que serpentean el Madrid añejo ¡y galdosiano!; que te conducen al destino o son las responsables -no busque culpables- de acabar entre cuatro paredes donde un matador que quiso, que insistió, fue empitonado por la vida. Y por experiencia sabemos que no existe peor morlaco que la puñetera realidad, pero si alberga alguna duda, nada mejor observar el semblante de la figura taurina que desde una especie de altar, observa el ir y venir de los parroquianos. Cuando lo vi, no pude por menos que recordar a Mi tío Jacinto (1956), la película dirigida por Ladislao Vajda y protagonizada por Pablo Calvo y Antonio Vico.

   

   En este ruedo -al que se puede llegar, por ejemplo, desde la Plaza de Jacinto Benavente, epicentro desde el que se bifurcan varias calles-, donde tantas chinchetas como usted pueda imaginarse sujetan billetes fuera del alcance de nuestro querido Banco de España, entra un argentino que amenaza con traer la guitarra que, seguro, nos haría llorar pero que mis súplicas al buen Dios impiden tamaña experiencia. Un poco más allá de mi ubicación pero no tanto que mis glándulas salivares no padezcan un calvario, dos patas de jamón muestran sendas rampas que se alejan de la pezuña oscura mientras desprecian los motivos que expone un brasileño (o transalpino, que yo ya no sé) que afirma estudiar los trucos de las finanzas en la Complutense. Ríe a un lado y otro buscando la mirada cómplice de la que me salvo gracias a un oportuno beso que recibo en todos los morros.

Pasan las horas y entre el tuteo y el ustedeo llegan las ganas de cambiar el agua al canario, misión ésta que requiere poner en práctica los conocimientos necesarios para no llevarse un susto, porque resulta que la escalera (debidamente señalizada) que conduce a sendos aliviaderos, va cuesta abajo, es de escalones metálicos y tal vez de huella con una longitud de paso no apta para cobardes. No afirmo que sea una odisea pero sí que requiere el amor por uno mismo. Luego, alcanzada la meta, que usted sea feliz.

   Tres Juanes, tres, forman parte del grupo de camareros que atiende con ganas, que corta el jamón serrano, que distribuye las lonchas de lacón a lo largo de una interminable rodaja de pan que se corona con varias cuñas de queso, todo ello (pero hay más enyesque) se acaba fundiendo alegremente hasta que llega a la mesa, alguna de las cuales se pierden al fondo, -dejando a la izquierda al diestro-, en una suerte de salón. Antes, varias mesitas y otros tantos taburetes dan la bienvenida, mientras que con el recuerdo del aquel bullicio de Sol y sin apenas más ruidos que el generado por el tráfico, transcurre el tiempo. Pasan diez, doce, cientos de personas, unas miran de soslayo, otras ni siquiera eso, embelesadas por otros cantos de la metrópolis madrileña que se transforma, pero que intenta sujetar algunos fragmentos del pasado.


«Escapando de las Cátedras, ganduleaba por las calles, plazas y callejuelas, gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital».


Memorias de un desmemoriado

Benito Pérez Galdós


 © Todos los derechos reservados


martes, 18 de octubre de 2022

𝗣𝗮𝘅 𝗯𝗶𝗰é𝗳𝗮𝗹𝗮

 

   



   El mejor servicio que la Unesco podría hacer a los españoles y así justificar su mísera existencia, no debería ser otro que declarar al Partido Socialista Obrero Español patrimonio material de la Hispanidad, dando carta de naturaleza a una evidencia empírica y añadiendo otro motivo de satisfacción entre la gran familia del capullo, más si cabe, cuando esa organización ha comenzado a celebrar un nuevo evento: Los cuarenta años de pax, recuperando una tradición que comenzaron cuando comunicaron que habían cumplido cien años de existencia.

Pues bien, en la línea de hacer propio lo ajeno, estos seres de luz progresista han salido en tropel para afirmar que sin ellos esta vieja nación sería otra cosa, olvidando adrede que en esas cuatro décadas de expolio económico e institucional, los representantes de la gaviota tienen el derecho por méritos propios a ocupar un puesto destacado, y si hubiera algún tipo de duda, recuerdo las sentencias judiciales que así lo confirman, tanto en un caso como en el otro. Y no, los indultos no sirven de comodín.

Resignación

   Llegados aquí, no encuentro mejor oportunidad que, siguiendo mi conocida estrategia de divulgación en aras de un mayor entendimiento intergeneracional, adentrarme en otro asunto que marca las diferencias entre unos ciudadanos con sangre en las venas y otros con horchata al baño María.

Resulta que el contrato social está roto. Sé que es duro asimilar la pérdida de la inocencia, que la convivencia es puro estado de coma; que el amor no es más que otra quimera y que la familia, a pesar de los pesares, si era un constructo social que pendía de una tela de araña. Así debe entenderse la obsesión de comunistas y anexos, por destruir lo que ellos consideran un elemento de cohesión contrarrevolucionario y cuya desaparición ha supuesto la eliminación de vidas ajenas cuyo recuerdo hay que rebuscar en una fosa.

Surge entonces la pregunta de cómo hacer posible las ansias de libertad sin alterar el orden establecido, sin menoscabar el esfuerzo de nuestros líderes por hacer realidad el bien común y salvaguardar al colectivo ante el virus de la individualidad y no cabe duda que la respuesta es una e inequívoca: La resignación.

   Me refiero a ese estado del alma que, agazapado, se presenta como la alternativa ideal cuando hemos perdido toda esperanza de cambiar nuestro destino, otro descubrimiento al que está por llegar un número considerable de compatriotas, que si bien no mueven extremidad alguna para ocupar calles, plazas, alamedas o vías pecuarias, y mostrar su enfado, creen que son dueños de su vida. Lamento ser el mensajero, pero usted debe limitarse a obedecer so pena de caer en el mayor de los ostracismos y quedarse sin la paguita. Resignación. Aquí tenemos la palabra que abre puertas y cierra ataúdes. Resignación para soportar al vecino, para aguantar el desprecio ajeno. Resignación para saber agachar la cabeza. Resignación cuando el otro no tiene razón, pero…

Celebre los cuarenta años de la pax del capullo y el palmípedo. Alabe al partido y su misión en este mundo. Asuma que el latrocinio es por su bien. Sonría ante la cámara, guarde la foto que ellos le regalan y abandone cualquier esperanza de un mundo soportable. Dentro de cuarenta años, más.