El mejor servicio que la Unesco podría hacer a los españoles y así justificar su mísera existencia, no debería ser otro que declarar al Partido Socialista Obrero Español patrimonio material de la Hispanidad, dando carta de naturaleza a una evidencia empírica y añadiendo otro motivo de satisfacción entre la gran familia del capullo, más si cabe, cuando esa organización ha comenzado a celebrar un nuevo evento: Los cuarenta años de pax, recuperando una tradición que comenzaron cuando comunicaron que habían cumplido cien años de existencia.
Pues bien, en la línea de hacer propio lo ajeno, estos seres de luz progresista han salido en tropel para afirmar que sin ellos esta vieja nación sería otra cosa, olvidando adrede que en esas cuatro décadas de expolio económico e institucional, los representantes de la gaviota tienen el derecho por méritos propios a ocupar un puesto destacado, y si hubiera algún tipo de duda, recuerdo las sentencias judiciales que así lo confirman, tanto en un caso como en el otro. Y no, los indultos no sirven de comodín.
Resignación
Llegados aquí, no encuentro mejor oportunidad que, siguiendo mi conocida estrategia de divulgación en aras de un mayor entendimiento intergeneracional, adentrarme en otro asunto que marca las diferencias entre unos ciudadanos con sangre en las venas y otros con horchata al baño María.
Resulta que el contrato social está roto. Sé que es duro asimilar la pérdida de la inocencia, que la convivencia es puro estado de coma; que el amor no es más que otra quimera y que la familia, a pesar de los pesares, si era un constructo social que pendía de una tela de araña. Así debe entenderse la obsesión de comunistas y anexos, por destruir lo que ellos consideran un elemento de cohesión contrarrevolucionario y cuya desaparición ha supuesto la eliminación de vidas ajenas cuyo recuerdo hay que rebuscar en una fosa.
Surge entonces la pregunta de cómo hacer posible las ansias de libertad sin alterar el orden establecido, sin menoscabar el esfuerzo de nuestros líderes por hacer realidad el bien común y salvaguardar al colectivo ante el virus de la individualidad y no cabe duda que la respuesta es una e inequívoca: La resignación.
Me refiero a ese estado del alma que, agazapado, se presenta como la alternativa ideal cuando hemos perdido toda esperanza de cambiar nuestro destino, otro descubrimiento al que está por llegar un número considerable de compatriotas, que si bien no mueven extremidad alguna para ocupar calles, plazas, alamedas o vías pecuarias, y mostrar su enfado, creen que son dueños de su vida. Lamento ser el mensajero, pero usted debe limitarse a obedecer so pena de caer en el mayor de los ostracismos y quedarse sin la paguita. Resignación. Aquí tenemos la palabra que abre puertas y cierra ataúdes. Resignación para soportar al vecino, para aguantar el desprecio ajeno. Resignación para saber agachar la cabeza. Resignación cuando el otro no tiene razón, pero…
Celebre los cuarenta años de la pax del capullo y el palmípedo. Alabe al partido y su misión en este mundo. Asuma que el latrocinio es por su bien. Sonría ante la cámara, guarde la foto que ellos le regalan y abandone cualquier esperanza de un mundo soportable. Dentro de cuarenta años, más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario