miércoles, 14 de julio de 2021

El Estado adormidera

El 25 de junio publiqué https://cutt.ly/ImFJay5, un artículo en el que reflexionaba en torno al triste papel que está desempeñando Felipe VI en estos momentos tan cruciales para la historia de España. 

Lejos de mejorar, la situación ha ido empeorando con tal rapidez que dieciséis meses después del inicio de eso que han dado en llamar pandemia, nos encontramos con un Estado más debilitado y una parte de la sociedad adormecida, aterrorizada y dispuesta a tragar lo que sea que ordenen las supuestas autoridades que, dicen, sólo legislan teniendo como horizonte el bien común, claro está que habría que dilucidar dónde sitúan la línea curva por la que aparece el Sol.

Que el título de esta pieza sea el que es y no otro más acorde con el compadreo que caracteriza el panorama periodístico nacional –casi invento el término necional– resulta de la observación del entorno, que en estos meses ha pasado de mostrar que la sangre corría por sus venas (al menos hasta febrero de 2020), hasta convertirse en una especie de sesteo permanente a la manera de los efectos que causa el consumo de la adormidera, diría que España se ha convertido en un fumadero de opio como aquellos que destrozaron a los chinos del siglo XIX. Y no parece que vayamos a sublevarnos, al menos esa pinta tiene cada vez que paseo por las calles de mi ciudad y observo que más del noventa por ciento de mis convecinos no se quita el bozal ni para tomar un café. El miedo ha hecho mella, el pánico al supuesto virus maldito ha conseguido adormecer. Hemos pasado del viejo latiguillo que sesenta años atrás hacía las veces de verdad absoluta: “Lo escuché en el parte de Radio Nacional”, al gesto serio de quien se siente informado y convencido de estar siendo tratado como un adulto: “Dice la web del Gobierno que quienes no se vacunen pueden matarnos”. Y entran unas ganas terribles de dormir porque ellos se sienten unos buenos ciudadanos comprometidos con la salud de todos, no como esos desgraciados que van sin mascarilla, denuncian que los hospitales están más vacíos que un puticlub decimonónico –quién sabe– y encima gritan exigiendo libertad y derecho a moverse por su país. ¡Una locura!

¿Continuar dormidos?

De nada sirve que el Tribunal Constitucional haya decidido emitir su fallo en torno a la legalidad del estado de Alarma de 2020 con un ligero retraso que sólo alcanza algo más de doce meses; de poco sirve que ese fallo haya sido contrario a los deseos del Gobierno, pero únicamente un poco, dado que los magistrados han concluido que esa inconstitucionalidad es sólo de la puntita nada más, que el resto es todo Carta Magna. ¿Resulta un triunfo?, hombre, tampoco seré yo el primero en ponerme exquisito y gritar ¡Farfala Vendetta! emulando al vástago del Actor secundario Bob. Es una patada en la entrepierna monclovita que ha rozado el huevo izquierdo del psicópata que allí reside, pero de ahí a ser la señal definitiva que lleve a esta gente a suplicar el perdón, va un barranco por el que, estoy convencido, no se lanzaría niel muñidor con peluquín.

España va camino de un desastre y tal afirmación no requiere ser un tertuliano de amplio espectro; esta vieja nación se está enfrentando a su destrucción con la anuencia de una gran parte de la población atrapada entre los segundos sofocos del estío y el goteo perverso de una información manipulada que habla de muertos, olas, cepas y ceporros. Y por esas casualidades históricas, la que fuera la perla del Imperio, Cuba, esa isla que tanto tiene que ver con nosotros, con algún abuelo que fue y en algún caso no regresó, se ha levantado ante la tiranía, aunque el final de momento sea una incertidumbre.

Me gustaría que los españoles –no sé cuántos– fuéramos capaces de dar un golpe en la mesa y salir del sopor; de gritar más allá de la pantalla del ordenador, incluso, de salir a la calle que ya es hora, porque la dignidad jamás se podrá defender siendo un chivato 'covidiano', un indolente del a ver qué pasa o un oráculo con la cabeza pegada allí mismo.

La elección pasa por continuar durmiendo o despertar de esta puñetera pesadilla de la que no podemos culpar a nadie que no seamos nosotros. El dedo acusador pasó a la historia.


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