Cuenta la historia que mientras se hundía, para emerger años después –su historia, que no el armatoste– la orquesta del Titanic se dio a la interpretación de variadas melodías con el admirable propósito de levantar el ánimo de todos aquellos que en cuestión de minutos dejarían de respirar, mientras que los afortunados que lograron una plaza en los escasos botes salvavidas, se 'entretenían' a la espera de los rescatadores cagándose en la madre que parió al astillero irlandés, al armador y a todos esos cabrones que desde el puerto y agitando pañuelos, jalearon el inicio de la primera y única (casi) singladura del famoso portento tecnológico.
Sin embargo, la intención de esta reflexión no es comentar el archiconocido desastre; el asunto que me ocupa es una hecatombe que centraré en una fecha: 22 de junio de 2021, día que el Consejo de ministros eligió para aprobar los indultos a esos nueve golpistas catalanes encarcelados (porque hay más fuera de control).
¿Y qué tiene que ver la orquesta del Titanic con la felonía gubernamental y el comportamiento de Felipe VI?
Me explico.
Sin entrar en las entretelas históricas –asunto que verán que no puedo evitar–, estoy convencido que muchos españoles albergábamos cierta esperanza de que el Rey moviera su real trasero en un momento histórico, y ahora sí tiene sentido usar el adjetivo. Mas cuando veíamos que nada se movía y la amenaza del indulto iba tomando cuerpo, por una de estas bromas que están agazapadas esperando el instante, he aquí que aparece el oportuno artículo https://cutt.ly/5mqgBF8 de Mario Conde, sí de ese mismo individuo, en el que descubrimos que el Jefe del Estado disponía de una posibilidad constitucional para dejar constancia de su parecer en un asunto capital. Y resulta de tal gravedad porque la nación está al borde (recordemos su intervención en TVE el 3 de octubre de 2017) de la ruptura y que tal como indica el artículo 56 de la Constitución: "El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones"...
Pues bien, teniendo en cuenta que hace cuatro años se mojó como no podía ser de otra manera, qué menos que hiciera algo similar en un momento tan crucial. Y con esos mimbres, a pesar de las interpretaciones en torno al artículo 62 i) CE, muchos nos reunimos en la cubierta de la nave (España) confiados que al contrario de lo acaecido en el evento histórico, el capitán daría un paso al frente aunque en el peor de los casos se limitara a una simple pose, y dábamos como un acto de pura coherencia que remitiría una misiva solicitando al Presidente del Gobierno que éste le invitara a presidir el Consejo y así dejar constancia de su posición, sobre todo ante los ciudadanos. Pero desgraciadamente el Rey guardó silencio y se limitó a rubricar cada uno de los nueve indultos, a continuación se enfundó un traje de gala y partió rumbo a cierta entrega de premios. Aprovecho el momento para recordar este artículo https://cutt.ly/JmqckU1 firmado por Jorge Sánchez de Castro, en el que hace un brillante análisis de la situación que ocupa estas líneas.
Que sí, que sí, De acuerdo que el monarca tiene limitadas, Carta Magna mediante, sus funciones y que cada uno de sus actos deben ser refrendados por los miembros del Ejecutivo. De acuerdo con la evidencia que esta es una Monarquía parlamentaria. Cierto es que su papel es meramente institucional –y decorativo a la manera de un florero–, pero… Pero vuelvo a recordar lo que dice el artículo 56 de la CE busco su arbitraje en el conflicto abierto entre el Poder Ejecutivo y el Judicial representado en la figura del Tribunal Supremo que en su escrito en el que rechaza tajantemente la concesión del indulto parcial o total, afirma que tal medida es una “solución inaceptable”¿Cree usted que el asunto es grave?. ¿Existe o no existe un conflicto? Y por tanto, ¿No era esta la oportunidad para que el Rey interviniera en el mismo en los términos que establece la legislación? Pues nuestro gozo a un pozo. Silencio en La Zarzuela (Madrid). Asesores en Babia (León). Los salarios, a final de cada mes.
Mal fario
Confieso que no soy amigo de las supercherías, pero si hay que volverse ‘creyente’ coyuntural así sea aunque en tal empresa me vaya la corona, una corona española que ha cubierto varias testas cuyo recuerdo no provoca grandes alegrías. Y es que si hubiera que hacer un balance de lo que ha significado la llegada de los Borbones a España (año 1700), no veo que el resultado sea positivo y para ello me limitaré a recordar a Fernando VII, ejemplo de lo que significa ser un traidor; Alfonso XIII y su querencia con el golpe de Estado protagonizado por el general Primo de Rivera. Luego tenemos a Juan Carlos I –campechano él y creador de un nuevo verbo: Borbonear– y todas esas cositas que hemos ido descubriendo gracias a un elefante. Y cuando pensamos que esto podría mejorar tras algunos gestos de Felipe VI, resulta que el joven decide tomar partido por uno de los bandos en lugar de hacer efectivo su papel mediador en el conflicto que señalo más arriba. Creo que con ese comportamiento, el Rey se ha disparado en el pie –Froilán, tú eres único– pero el impacto del proyectil lo hemos sentido los españoles que no somos partidarios de las alucinaciones decimonónicas, ni de los paños calientes y mucho menos estamos a favor de una sola cesión de la soberanía nacional.
Pero como no soy una inocente criatura…
No obstante lo dicho, sería conveniente no pasar por alto que el monarca exhibe en sus chaquetas la famosa insignia circular y multicolor, en el lugar donde –romántico que soy– si algo debería lucir qué mejor que la enseña nacional, esa misma que cada día abandona unos centímetros la parte más alta del mástil y de la que tiran algunos que entre lágrimas afirman defenderla hasta el penúltimo aliento. Y digo más: Si los afectos requieren el fuego lento del tiempo para asentarse, la desafección se mueve a una velocidad que no supera ni el mejor de los AVE, incluso si éste llegara hasta Roma Termini.
Podríamos ahondar en el subsuelo del intríngulis, rebuscar entre ajados legajos, añoranzas austriacas o los desaires que padeció el italo saboyano, ítem más, aprovecho el instante para dedicar un breve recuerdo a Estanislao Figueras y su cabreo genital.
En fin… esto se acaba
Al día siguiente, el 23 de junio,y tras una larga noche impregnada de melodías del ayer y hoy, llegó la confirmación 'real' del hecho rubricado, así que visto el desenlace, los miembros de la improvisada orquesta del Titanic hispano guardaron los instrumentos, introdujeron las partituras en las respectivas carpetas y mirando al horizonte mientras hacían glú, glú acompañado de un tímido chof, articularon dos palabras: Adiós, Felipe.
Bravo amigo,usted ha expresado claramente lo que pensamos muchos y no nos atrevemos a decir libremente por miedo, por ignorancia o cobardía.
ResponderEliminarBravo, mejor explicado imposible, educadamente ha puesto los puntos donde debe.
Un cordial saludo