Hace unos días andaba con las
neuronas distraídas (?); en un estado de ánimo próximo al sopor
intelectual cuando un amable señor, entrado en años y lleno de
vitalidad, me abordó en plena vía pública y lanzó, así por las
buenas, una pregunta que hizo tambalear todo mi edificio de
conocimientos (a veces próximo a la ruina):
––Cuando en
la Península hablan de Canarias ¿se limitan al sol, playa,
plátanos y fenómenos meteorológicos adversos del
tipo calima? ¿Cree usted que conocen algo más que los
tópicos?
Tras
sacudirme el estupor inicial a base de la correspondiente medicación,
sonreí al amable señor y cuando me aprestaba a dar una respuesta
contundente que no dejara grieta alguna a interpretaciones
torticeras, algo en mi interior contuvo ese ánimo. Así,
una fuerza procedente de una región desconocida de mi cerebro creyó
que era
necesario reflexionar (¿otra vez?) sobre éste
archipiélago, el mismo al que desterraron a Unamuno o ese lugar al
que miles de quintos fueron enviados por obra y gracia de la diosa
Fortuna del sorteo militar. Y
en eso estamos.
No
pretendo apabullar con datos y cantos regionales, (no estamos
obligados a conocer hasta el último rincón de España) mas sí
quiero que el lector entienda la desazón que ocasiona a este humilde
isleño el desconocimiento general que se tiene sobre nuestro
asirocado archipiélago.
Si
jamás he olvidado (estudié
en la escuela pública y a mucha honra)
que el Río Miño nace en Fuente Miña (Lugo); que no confundo Huesca
con Huelva, ni Palma de Mallorca con Palma del Río (Córdoba), usted
podrá comprender que me desespere cuando, ofrezco
este dato a modo de entrante,
en el Aeropuerto de Barajas se empeñan en informar de la salida de
un vuelo con destino a Las Palmas de Gran Canaria (cuando en realidad
vuela a Gran Canaria
y aterriza en el aeropuerto, uno
de los pocos rentables de toda la red de AENA, que
se ubica entre los municipios de Telde e Ingenio); imagínese la
catástrofe si la aeronave intentara posar sus toneladas en plena
calle de León y Castillo o en la de Bravo Murillo. Estoy
hablando de una urbe que es la novena de España por número de
habitantes, el mismo lugar que ocupa su área metropolitana,
¿sorprende?
Foto: MaCon
Evidentemente,
Canarias es algo más que la isla de Gran Canaria (y
no ese disparate
de Las Palmas), siendo ésta
uno de los pilares fundamentales sobre los que se asienta, entre
otros aspectos, la economía
regional. Pero sigamos
hablando de Canarias, sí, ese lugar incierto al que vienen seres
humanos; alguno de ellos
queda descolocado cuando le preguntas cuál de las siete islas tendrá
el honor de acoger sus figura y él, ufano,
te responde que va a… Canarias
¡Faltaría más!
Si
tuviera la insolencia de hablar de la economía isleña, o a qué
diablos se dedican los seres que por aquí respiran, ni
siquiera mencionaría que el Sector primario lleva renqueando desde
hace mucho tiempo: la producción de plátanos, tomates o frutas
tropicales cuya extraordinaria calidad me sorprende cada vez que
viajo a la Península en contraposición con el producto que ofrecen
al consumidor isleño, no es ni la sombra de lo que fue. En cuanto a
la pesca, ésta se limita a una exigua flota artesanal.
En resumidas
cuentas, que si queremos comer algo más que rayos
ultravioletas, se debe
importar casi todo, con la consiguiente sorpresa
cuando se visita el supermercado ¿Exagero?
Pues a finales del pasado mes
de septiembre la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU)
señalaba a Las Palmas de Gran Canaria como la ciudad española con
la cesta de la compra más
cara, por delante de
Barcelona.
Del
Régimen Específico de Abastecimientos (REA),
auspiciado por la Unión Europea, cuya filosofía se basa
en “garantizar el abastecimiento del archipiélago de
productos esenciales para el consumo humano (…) con vistas a paliar
los costes adicionales derivados de su lejanía”, mejor
intento disimular la risa,
aunque será imposible
después de repasar
lo siguiente: “Los beneficios del REA son la exención de
los derechos de aduana a los productos de terceros países (...)”
Pues
a pesar de lo que ha
leído (muy resumido) y de lo
que haya escuchado, no nos
alimentamos de artilugios electrónicos y
los precios
de los alimentos de primera necesidad no bajan ni de broma: ¿Dónde
repercuten esas exenciones fiscales? ¿En
qué traviesos bolsillos cae tamaño maná?
Y no me olvido del turismo, el
balón de oxígeno de la economía isleña; el monocultivo que desde
los años 60 del pasado siglo situó a esta región como uno de los
epicentros del ocio. Para no cansar, un apunte: el año 2015 nos
brindó la llegada de casi once millones de visitantes.
Tampoco
puedo dejar pasar lo orgullosos
que estamos por ser una de las regiones españolas con la mayor tasa de desempleo
(27,3%- II Trimestre 2016) y unos salarios de risa (por no llorar,
que también) ¿Y de corrupción? Gozamos de una aceptable salud; ahí
están, haciendo sus cositas.
Bueno,
si usted ha sido capaz de llegar al final de este artículo, cuenta
con mis más sincero aprecio; en el caso contrario, también,
porque haber nacido en una región ultraperíferica (cosas de la UE)
imprime carácter, una cierta mala leche como antídoto ante los
descubrimientos que se hacen según se cumplen años. Ser español
natural de este archipiélago macaronésico tiene
el añadido de esa pachorra
tan singular que no se debe confundir con la
indolencia.
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