De entre
las singularidades que atesoran los sectores de la 'revolución pendiente',
versión española, una me resulta especialmente patética: la negación a llamar a
España por su nombre, sustituido por
un acomplejado 'Estado' o ‘Estado español.
Como quiera
que no soy un reaccionario, me niego a pensar que el uso de tales
denominaciones sea una reminiscencia inconsciente (vaya con las casualidades)
de la Dictadura ¡Freud, levántate y dí algo!
En esa
línea de llamemos, cierta neurosis, quienes se dicen defensores de las famélicas
legiones, jalean supuestos logros y enaltecen revoluciones de lejanas tierras (Patria
o Muerte, ¡Venceremos!) que no les permitirían (si residieran en las mismas)
poner en cuestión su integridad territorial o su bandera.
Así, es necesario
recordar (parece mentira) que los naturales del lugar ni siquiera tienen
oportunidad alguna para discrepar, iniciar 'procesos' o plantear quiméricos
derechos a decidir.
Otra
característica ideológica de ese sector 'progre-tercer milenio' tiene que ver
con su anticlericalismo interior, vehemente, que se transforma en una evidente
ceguera en relación al anclaje religioso, (por convicción o estrategia) que la
actual hornada de próceres etno-revolucionarios que pueblan hispanoamericana,
manifiestan sistemáticamente.
No parece
que tal hecho ocasione ruidos en las cuadernas ideológicas de quienes en España
defienden a ultranza los supuestos logros sociales de esas naciones objeto de
admiración.
¿Qué opinan
del deterioro de la calidad de vida, la corrupción, los privilegios de la clase
dirigente o las perennes restricciones? Sin lugar a dudas el responsable está en
el exterior, siempre ayudado por esos malos ciudadanos… Los quintacolumnistas
irredentos.
Scriptum
est
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