La noticia
de la abdicación borbónica me sorprendió en pijama y con el móvil en la diestra
(ser miembro distinguido del lumpen-proletariado debe tener alguna ventaja). Mi
primera reacción ocupó los pensamientos el tiempo justo que tardó en llegar la
segunda (reacción): ¡Juan Carlos ¿qué has hecho?!
Sin
pensarlo demasiado y tras la pertinente ablución, ocupé plaza en el amplio
salón y me dispuse a ver el desfile de la cohorte de genuflexos y
abraza-estandartes que loaron la figura del monarca. Tales fueron los excesos, (nada nuevos), que llegué a dudar de si vivía en España o en la añorada Arcadia.
La llegada del almuerzo desplazó mi atención a tan nutritivo menester.
A la hora
del café se impuso entre los comensales, mi amada esposa y un servidor, una
animada discusión en torno a los reconfortantes efectos que ha supuesto la
irrupción de la novela negra escandinava, como vía para despojar a esas
sociedades de su cuento de hadas. Y sí, en el televisor continuaba esa
cansina letanía de adhesiones inquebrantables, sazonada con alguna voz
disidente, en número insignificante (no se vaya a confundir el pluralismo con
el necesario orden).
Con todo el
trajín, en algún momento me vi obligado a visitar el baño, pero sólo el tiempo
necesario, regresando al calor del salón con la objetividad que me caracteriza
y la vejiga en paz. Llegados a este punto y una tarde soleada, no se nos
ocurrió mejor forma de honrar tamaño acontecimiento histórico que dar buena
cuenta de unas lonchas de jamón, pan blanco y queso del país, regado con un
modesto Ribera del Duero.
Recuerdo
que durante unos instantes fijamos las miradas y unas patrióticas lágrimas
recorrieron nuestras sonrojadas mejillas, pero como la felicidad nunca es
completa, el momento se vio truncado por unos ¡Viva la República! acompañados
de otros tantos ¡Que no, que no, que no nos representan!, de tal guisa que
optamos por revisitar 'Con la muerte en los talones' como metáfora del
histórico acontecimiento.
Sin
embargo, pasados unos minutos fuimos conscientes de que no podíamos sustraer
nuestra atención al hecho 'abdicante' como tampoco negar que nuestros estómagos
requerían cuidados inmediatos: sal de frutas y sendos yogures fueron los
calmantes elegidos para reconducir el tránsito intestinal.
Convencido como estoy, de que la imagen que representa a España no es otra que el lienzo de
Goya, 'Duelo a garrotazos' (dos hombres enterrados en el barro hasta las
rodillas arreándose bastonazos). Que llenamos las calles del país con banderas
rojigualdas para celebrar los goles de la Selección nacional de fútbol y
acabado el festejo mudamos una franja roja por otra morada.
Que las
barras de los bares son testigos del diseño de infinidad de planes para cambiar
el rumbo de la Nación que terminan con la resaca. O que una mañana te levantas
a mediodía y te das de bruces con un Borbón (campechano él, ¡faltaría más!) que
se dá el piro constitucional, lo mejor que se puede hacer es soltar una sonora
carcajada, mientras preparando la cena me convenzo de que esto se va al carajo.
Scriptum
est
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