El mundo de
las redes sociales ha supuesto una revolución como herramienta de comunicación
y a su vez ha generado algún que otro problema, o si se quiere, una disfunción.
La
necesidad de comprimir los mensajes con un número limitado de palabras, tal
vez, esté generando que determinados individuos sufran cierto tipo de mutación
en su masa cerebral, en su capacidad para procesar los textos que reciben.
Esto es así, hasta el punto que si los mismos no portan los códigos a los que están
acostumbrados, el receptor puede llegar a padecer un principio de colapso.
Una
situación que podría conducirlo a la postración, al aturdimiento e incluso convertir esa
plácida experiencia de comunicación en un verdadero infierno de unos y ceros.
Es más, temo que en mentes frágiles, incluso, los abocaría al insulto perpetuo y
al bloqueo permanente.
Como estoy
seguro que nadie desea el mal ajeno y que sólo la bondad inunda el
ciberespacio, desde estas líneas propongo a quienes se vean reflejados que
respiren, lean detenidamente los mensajes y si no los entienden opten por tres
simples posibilidades: preguntar al remitente, ignorarlos o simplemente vivir
feliz con otra arroba. Y con tus neuronas.
Scriptum
est
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