"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre". Con tal ‘certeza’ nunca se sabe dónde diablos espera agazapado ese golpe que la Fortuna –diosa, dicen– está dispuesta a derramar sobre el pellejo del buscador. Y con semejante información, lo mejor que puede ocurrir es que el preguntador acabe siendo encontrado por aquellos que husmean hasta en las entretelas de un ataúd. Y no, no crea usted…, ¿dijo que se llamaba Pedro?, que somos mala gente, simplemente doblamos esquinas que jamás quisieron ser avenidas, aventamos preguntas que el rebuscador ignoraba que es mejor no hacer; somos los hijos de unos padres que abrieron puertas que se creían inexpugnables, somos la nausea para después del brindis.Y no, no se crea todo lo que cuentan por ahí, porque a veces, tras la última muerte de tinta, tras colgar el teléfono que rebosa súplicas, es posible que alguno de los aquí presentes, recuerde su infancia y pregunte por ese¡pinche padre!
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