domingo, 25 de febrero de 2018

Arcadia

El barrio es una explosión de líneas paralelas, de horizonte despejado, un lugar donde las hojas otoñales caen ordenadamente en grupos de cuatro, tapizando las anchas aceras y los prados cercanos. Los árboles de gran porte e impronunciable nombre asumen la alopecia estacional con dignidad mientras que en el interior de las coquetas mansiones la vida de alguno de sus moradores es despedazada sin contemplaciones.

Los días pasan entre el gorjeo de juguetonas aves que depositan sus excrementos en columpios y bancos, esos cantos nunca interrumpidos por los alaridos provenientes de cómodos sótanos, hacen las veces de involuntaria banda sonora de espectáculos atroces en los que se celebran rituales de rancio abolengo: Otra forma de socializar.

Por las tardes, los niños animan los espacios públicos con gritos sincopados, pero únicamente durante veintiséis minutos; transcurrido ese tiempo, sobre el núcleo urbano cae el silencio… sin estridencias.

El insistente sonido de la aldaba lo expulsó de un incipiente sopor y antes de darse cuenta se encontraba en el porche observando un paquete al que iba adherida una nota: “Usted decide”
Tomar decisiones, que no es tan fácil como vaciar una botella de bourbon, es un camino al que este tipo busca atajos sin maldito pudor, un lugar del que mucho se habla en ese barrio de avenidas interminables, sobre todo en cumpleaños y fiestas de guardar.

Pero en el interior de aquel paquete había una posdata de mensaje tan directo como inequívoco: 

“Usted es un hijo de puta al que le restan pocos días de vida y créame cuando le digo que por ese tiempo tendrá que realizar un trabajo sencillo: ‘facturar' dos vidas. No se agobie porque una de ellas será la suya.”



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