Los comienzos son tan
importantes que a veces nos acordamos de ellos cuando estamos
concluyendo el viaje, por eso mismo y con el propósito de evitar
caer en los vicios que tan poco gustan en el mundo de las letras, es
por lo que he decidido empezar esta reflexión como Dios manda: por
el principio. Sé que algunos me acusaran de ser un incendiario sin
futuro; otros dirán que soy el esbirro de las fuerzas oscuras que
buscan poner una sordina al clamor del pueblo, ese grupo que
entienden la mar de homogéneo, y duro cual tenique, que se moviliza
al primer verso entre neblinas que brotan de una garganta entintada
hija de las vanguardias culturales; joder, si no te dan ganas de
llorar, coger un fusil y tirarte al monte, es que no se tiene lo
necesario para seguir viviendo entre iguales. Pero esto último hay
que matizarlo, no todos somos iguales ni por asomo, por mucho que
seamos parecidos. Ni el pueblo siempre es viento de razón, ni la
poesía está cargada de futuro viendo el percal, ni los consumidores
de versos son el dechado de virtudes cívicas que tanto gusta
cacarear a su claque. Y entramos en materia oscura... y que el
infierno me perdone.
Transcurría el año 1955 y
Gabriel Celaya publicaba ‘Cantos iberos’. Y allí estaba
‘España en marcha’, al menos eso afirmaba el guipuzcoano.
Nosotros somos quien somos.
¡Basta de historia y de
cuentos!
¡Allá los muertos! Que
entierren como Dios manda a sus muertos.
No vivimos del pasado,
ni damos cuerda al
recuerdo.
Somos, turbia y fresca, un
agua que atropella sus comienzos. (…)
[Un poema al que Paco Ibáñez
puso música y que forma parte del LP doble de su concierto en el
Olympia de París (1969)]
Y recordando este poema, me
fue imposible no encontrar un claro paralelismo entre lo que aquí
reproduzco y los jóvenes españoles que han entrado a por todas en
el panorama político nacional ––y a lo mejor, hasta tarareando
la versión cantarina–– con ganas de cambiarlo todo,
absolutamente todo; pero curiosamente, si observamos detenidamente su
discurso (el de los pipiolos), éste considera imprescindible
realizar semejantes transformaciones haciendo caso omiso al poeta
español, salvo en eso de atropellar los comienzos. Es más, se están
liando una barbaridad y han tirado al monte del esperpento con muy
poca gracia y demasiadas sospechas de querer emular a seres mutantes:
Somos bárbaros sencillos.
Somos a muerte lo ibero,
que
aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.
En
este periplo poético
sentimental
que no pretende molestar, y
sí ensalzar al pueblo hijo del verso, de goletas carentes
de sextante ––desorientados
para siempre––
y micciones cuesta abajo,
me llega
la voz de ese
Alberti,
Rafael
cuando dice:
Se
equivocó la paloma, se equivocaba.
Por
ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era el agua.
Diantres,
vuelvo a los jovenzuelos de vida laboral impoluta que intentan, desde
hace un par de años, cambiar la historia de España desde sus
despachos con unos anaqueles (porque antes no había de eso) a
reventar de libros, dípticos,
trípticos, folletos
y folletines. Pues eso, que intentan recambiar
la historia de nuestra vieja nación aunque sea menester cambiar el
color de la camisa para que no la reconozca ni el sastre que la
parió:
España
camisa blanca de mi esperanza
reseca
historia que nos abraza,
con
acercarse solo a mirarla
paloma
buscando cielos más estrellados
donde
entendernos sin destrozarnos
donde
sentarnos y conversar.
Cuánta
belleza ¿verdad que sí? Más aún, si las huestes del progreso
multinacional ¿o plurinacional boliviano? se aplicaran en la ciencia
del “sentarnos y conversar” o por lo menos tuvieran a
bien empadronarse en esos paraísos que tanto admiran y a los que, ni
de broma, tienen previsto ir, el resto podríamos continuar presos de
nuestras malditas contradicciones, rehenes de las compras a plazos
heredadas de nuestros progenitores y poseídos por el opresivo
heteropatriarcado. Y llega el pastor.
Porque
ahora es el momento justo para que el bueno de Miguel Hernández haga
acto de presencia, y dado que las legiones de pimpollos hijos del
infantilismo de izquierdas están que se nos salen del aparato del
partido de puro asamblearismo, qué mejor que el alicantino.
¿Por
qué no lleváis dispuesta contra toda villanía,
una
hoz de rebeldía y un martillo de protesta?
Mire
usted, tengo la impresión de que son muy aficionados a esas
herramientas, a pesar de no haber dado un palo al agua de su
historia, demostrando la afición a endiñar golpes a la gente que se
empeña en ser lo que los otros no quieren que sea ¿galimatías,
dices? Y así, por mucho que se empeñen ellos y sus voceros, no hay
manera. María Ostiz tenía muy claro en 1977 lo que no era un
pueblo, y sí lo que ‘Un pueblo es’ o supuestamente tenía
que haber sido...
Con
una frase no se gana un pueblo
ni
con un disfrazarse de poeta,
a
un pueblo hay que ganarlo con respeto,
un
pueblo es algo más que una maleta
perdida
en la estación del tiempo,
esperando
sin dueño a que amanezca.
"Me
duele España ––decía
Unamuno––; "¡soy
español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de
espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre
todo y ante todo".
Veo
que esto no se lo esperaba usted; pues le confieso que yo también
estoy sorprendido ¡carajo! Porque a veces, de tan obvia que parece
una reflexión, parece que no es necesario recordarla y por ahí
surge la grieta por la que se filtra, primero un hilo y luego el
torrente de ignorancia e indolencia que en su momento acabó ––y
la cosa no parece mejorar––, con todos nosotros. Que
sí, que luego aparece Goya dando de garrotazos a dos tipos
enterrados hasta las rodillas y nos desmantela el discurso brillante
y plagado de flores y radiante sol.
Venga,
un poco de optimismo
que esto se acaba.
Ya
hay un español que quiere
vivir
y a vivir empieza,
entre
una España que muere
y
otra España que bosteza. [Antonio
Machado]