¿Son buenos porque son pobres que habitan un lugar pobre de solemnidad, rebosante de maldad e ignorante de lo que son las oportunidades y, por tanto, qué mejor solución que partir hacia un país, que más que una vieja nación, se vislumbra como una suerte de cuenco que derrama fortuna?
¿O tal vez esas masas ‘hambrientas’ recalan en estos pagos dispuestas a ensordecer, no los ruidos de las tripas, y sí las exigencias de unos autóctonos que sólo se preocupan por ellos y no sienten ni padecen por esos seres de luz con los que no comparten nada?
Y esa obsesión por regalar la nacionalidad española cuando existe una opción que en nada compromete nuestra existencia: Los permisos de trabajo, y por tanto, el de residencia ¿Han pasado a mejor vida porque aquellos que nada tienen en común con nosotros, los españoles, tienen una suerte de sacrosanto derecho a residir entre nosotros sin mayores obligaciones y con todos los derechos?
Sucesos que suceden
¿Los disturbios acaecidos en Torre Pacheco podrían considerarse como una acción de falsa bandera? La pregunta viene a cuento porque los tres marroquíes implicados en la paliza al español, (que ahora declara no querer saber nada del asunto y reclama volver a la ‘normalidad) que fue el desencadenante del hartazgo, no residen en esa localidad murciana. ¿Ha sido mera casualidad? ¿Asistimos a un análisis conspiranoico? O tal vez se ha provocado un incendio para despistar al personal de esos otros asuntillos que están dinamitando los ya endebles cimientos de la Nación española.
Corría el año de Nuestro Señor de 1550 y la Conquista de América seguía su curso hasta que fray Bartolomé de las Casas –a quien nunca podremos agradecer lo suficiente que encendiera la mecha de la infame Leyenda negra antiespañola- pone el grito en el cielo en relación a lo que él consideraba como un trato vejatorio del que eran objeto los aborígenes americanos y ahí surgió un hecho histórico, La Controversia de Valladolid, que puso los cimientos de lo que cuatrocientos años más tarde sería conocida como la Declaración universal de los derechos humanos. Y no, no se asombre, que la monarquía hispánica no era la reserva de la ignorancia y el trogloditismo a este lado de Europa, un continente que no se entiende sin España.
¿Y qué relación tiene lo acontecido en el siglo XVI con la invasión de inmigrantes ilegales, sobre todo magrebíes y subsaharianos que destruye el solar hispano en el siglo XXI? Salvando las distancias, tanto temporales (quinientos años) como éticas y morales, la situación que desde hace años sufre España y padecen en sus carnes los nacionales, se podría asemejar a una especie de controversia fomentada por quienes alientan y se enriquecen con el tráfico de personas cuando surgen las voces de aquellos que denuncian la llegada masiva de gentes con unos usos y costumbres absolutamente incompatibles con lo nuestros. Entonces aparecen en escena nuestros famosos líderes: Políticos con un tufo a traidores que tira para atrás, las organizaciones progubernamentales, antes conocidas como ‘oenegés’ y las élites globalistas, que exigen el respeto hacia esas legiones de personas ajenas que merecen, afirman con una rotundidad que ni el fraile dominico del XVI, toda la atención y un trato igualitario hasta el punto que los españoles, en un porcentaje por descubrir, están pasando a engrosar las filas del lumpen pagando, eso sí, la ‘fiesta’ que ha ordenado el poder y haciendo realidad el lema ‘agendero’: No tendrás nada y serás feliz.
¿Y hasta aquí hemos llegado? Depende, todo depende, aunque una cosa debería quedar meridianamente clara y es que sestear mientras la casa se incendia, el barco se hunde o el coche se queda sin frenos, nunca será una buena idea.