La relación estaba hecha añicos a
pesar de los reiterados intentos por reconducirla. No había manera de que la
otra parte aceptara, siquiera, modificar un ápice su decisión.
-Usted debe comprender mi
postura. Es la primera vez que me ocurre algo así. Dijo el visitante, mientras
que el sonido proveniente de una estancia cercana, causante a su vez del
conflicto entre los caballeros, incrementaba el equilibrio de aquel
microcosmos.
-Pero, ¿No se da cuenta que usted
y sólo usted, es la única persona capacitada para atajar de una vez este
problema?, interpeló el anfitrión.
Porque como repetía a todo aquel
que quisiera escucharlo, había tomado las decisiones, origen de todos los males
actuales, amparándose en unas profundas convicciones estéticas.
De repente, un grito lleno de
matices, una verdadera polifonía urbana con reminiscencias bálticas, provocó el
rictus entre los interlocutores que, tras varios segundos de indecisión,
decidieron escuchar atentamente...
-¡Ayúdenme! ¡No puedo continuar
así!
La primera reacción del anfitrión
fue la de dirigirse velozmente hacia el lugar origen de la llamada de auxilio:
A unos 5,3 metros en una sutil línea recta con suelo de gres debidamente pulimentado.
No obstante, aunque dio los primeros pasos con rumbo
fijo, una voz ronca, penetrante, le obligó a frenar su marcha.
-¡Deténgase, insensato!, ordenó el visitante ¿Acaso
quiere empeorar la situación? ¿No se da cuenta que por actos como ese es por lo
que estoy indignado? Deje que sea yo quien me encargue de resolver el problema.
Contrariamente a lo que podría
suponerse, (el antaño macho Alfa había mutado a Omega 3 sin polifenoles conocidos)
los ojos del anfitrión brillaron como nunca, su rostro se relajó y el ritmo
cardíaco recuperó el tono habitual.
Tras varios meses luchando por
hallar la solución y convencido, fiasco tras fiasco, de que eso sería
imposible; amargado al ver que su familia comenzaba a retirarle el otrora apoyo
incondicional; que sus amigos más próximos se pitorreaban sin recato alguno y
que los vecinos le amenazaban con movilizaciones, sabía que estaba ante la
última mano de esa infernal partida de naipes.
-¡Gracias, muchas gracias. Nunca
le olvidaremos! La voz emocionada que escuchaba era la de su esposa. El último
mohicano que decidió dar la enésima oportunidad al hombre con el que vivía
desde hacía mucho tiempo. De los seis hijos, las consolas,
el router y la suegra, (afamada profesora de Urdu y Latín) cabe decir que
habían instalado su residencia en un lujoso hotel.
-Cariño, por fin otra vez juntos,
dijo él, mientras abrazaba el menudo cuerpo de la dama. Ella, pelo rubio
ensortijado, piel trigueña y ojos de un azul profundo, hizo un movimiento de
rechazo y mirándole a los ojos, con las manos cerradas y a punto de llorar, espetó lo que sigue:
-La próxima vez que un fontanero
te diga que compres una llave de paso de 1/2 y un flexible de 1/4 y traigas un
tubo sifónico y una llave de toclé, te crujo el píloro ¡Mamón!
Scriptum
est
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