domingo, 30 de agosto de 2015

Mecheros al viento


Por regla general cuando tenemos noticias de un drama social las primeras reacciones que surgen tienen que ver con la solidaridad, el cariño y la empatía. Bueno, no seamos pánfilos, que también existe la indiferencia.
No obstante, qué ocurre cuando tras unos momentos de reflexión aparecen en el horizonte las nubes de la duda. Sí, me refiero a esa sensación (fruto de ciertos tics que en los primeros instantes no fueron detectados) que te avisa de que tal vez el asunto no está tan claro. Que la víctima no es lo que parece. Y entonces surgen las preguntas, que tan incómodas como necesarias, nos conducen a un lugar poco visitado: La intrahistoria.

Aunque existe la opción de mirar a otro lado, subirse al carro de las reacciones primarias, encender el mechero al viento de la amnesia incondicional y entonar los salmos de rigor.

En los no tan lejanos tiempos de las vacas cebadas, muchos imberbes y otros no tanto, abandonaron los estudios o aquel trabajo tan aburrido y miserable y se enrolaron en la legión del pico y la pala. Abrazaron el becerro de oro del ladrillo que les ofrecía un sueldo inimaginable a la par que la posibilidad de hacer realidad, aquí y ahora, lo que hasta entonces no era más que ensoñación. Dinero a espuerta y con él una rémora a la que pocos dedicaron atención: Quien te presta exige la pertinente devolución.

Las entidades bancarias, siempre tan atentas a los cambios sociales, vieron en ese flujo incesante de dinero otra vía para hacer brillar su cuenta de resultados y a la vez acercar el paraíso a esa nueva hornada de ciudadanos: Concesión de créditos con pocas preguntas y mucha rapidez.
De esta guisa llegó la vivienda, el cochazo de no sé cuantos caballos y además dinero suelto para otros gastos. Un sinvivir quemando la vida entre jornadas laborales interminables, un pastizal a final de mes (gran parte de ese bocado de una tonalidad oscura tirando a negro) y todo aderezado con los abultados recibos de la hipoteca. Pura Arcadia sin que el ínclito se hiciera, ni siquiera esta pregunta: ¿Y si un día me vienen mal dadas?

Y  ese día, mientras los pajarillos canturreaban junto a la retroexcavadora, llegó la guadaña, que con su habitual sutileza, segó la hierba bajo los pies de un currante a quien sorprendió la mueca de asco del director de la sucursal bancaria. Ése mismo que unos años antes había dado toda su confianza al prometedor cliente.

Otro día aconteció una crisis social en la que se vio implicada una adorable anciana; ora un joven matrimonio; ora una familia numerosa (también en deudas); ora una auxiliar de enfermería. Sólo fue necesario que un periódico digital se hiciera eco del asunto y en las redes sociales prendió el fuego de la indignación y de las etiquetas (#). Y los honorables parlamentarios que tanto abundan por la geografía nacional, fueron asaeteados por algunos medios de comunicación, que tan pronto cubren noticias de interés humano como hacen lo mismo con la agonía de una pareja de ornitorrincos.

     Es una injusticia. Otro ejemplo de la deshumanización de esta sociedad que tanto gusta a nuestro gobierno, afirmaron miembros de la oposición.

La oposición busca cualquier pretexto para socavar el prestigio nacional y con ello…, dijo, claramente afectado, el portavoz gubernamental.

Mientras que en las calles un runrún presagiaba ruidos confusos de voces de una mayoría silenciosa acostumbrada a la reflexión intramuros, en medio de tanta ¿algarabía? surgió la voz de un ser que preguntó:

    ¿Dónde está la responsabilidad individual tras la toma de decisiones? (Sin que medie presión o amenaza de muerte)

Ni que decir tiene que tamaño atrevimiento público fue castigado con el mayor de los ostracismos, tanto por su familia como por unos amigos de mecheros al viento de la libertad.