miércoles, 7 de diciembre de 2022

𝗥𝗮𝗺𝗽𝗮𝘀 𝗶𝗻𝘁𝗿𝗮𝗺𝘂𝗿𝗼𝘀

   Las tradiciones forman parte de nuestro tejido cultural. Sean inmateriales o su contrario, y algunas por sus particularidades emocionales, sobresalen sin mayores esfuerzos, sobre todo, aquellas que tienen como génesis la fe, y cuando se transita por esos recovecos, asumir el mensaje únicamente está al alcance de los creyentes, quienes disfrutan de todo el esplendor, del conjunto de los mensajes. En la misma línea pero con otros matices están, aquellos fieles que despliegan un mayor interés en descifrar los arcanos con el propósito de acercarse al mejor entendimiento del hecho que ocupa una parte importante de su existencia. Claro está, que en todas estas manifestaciones donde mandan los sentimientos, surgen las voces escépticas que claman contra lo que entienden como un muro de sinrazón, de supercherías, pero ese es otro negociado que aquí no tiene cabida.

   Este artículo viene a cuenta de la visita que realicé al Museo Semana Santa y Tamborada de Hellín (Albacete), un espacio expositivo en el que se recoge la iconografía de una de las fiestas más importantes que se desarrollan en esta zona del suroeste peninsular, de este espacio vital donde tengo anclada una parte importante de mi historia familiar. Así, desde mi infancia he disfrutado de los recuerdos, que de mano en mano, han ido pasando por la vista y los sentimientos de mis abuelos, sus hijos -padres y tíos-, hermanos y una lista interminable de primos, tanto de aquellos con los que he podido compartir mesa, mantel y juegos, como de los otros, que aún en la lejanía, llevan adherida en su memoria la historia.


   Si cada experiencia museística es un mundo de sensaciones intransferibles, la vivida en el MUSS (por lo expresado con anterioridad) supuso la inmersión en todo el esplendor -únicamente superado de largo durante la propia Semana Santa- de los dos elementos que conforman esos siete días: Los elementos que conforman los múltiples desfiles procesionales y las tamboradas. Descender las rampas que a modo de calzada facilitan el tránsito por la instalación, permite la contemplación de todos los aspectos que dan sentido a los diversos pasos (en latín: passus, -sufrimiento, escena-). Se observan las plataformas que despliegan unas características singulares fruto de las manos de unos artesanos que han vertido todo su saber en cada centímetro, claro está que las sutilezas estilísticas, alejadas de cualquier tentación homogeneizadora, dan como resultado que la vista se detenga en cada espacio. Ni que decir en relación a la imaginería, una parte, que reposa entre las paredes del museo apurando las semanas hasta el momento preciso. De techos que recuerdan el infinito catedralicio, el espacio expositivo va fundiendo el concepto religioso con todos aquellos elementos de la no menos singular tamborada hellinera, uno de los espectáculos mas sobrecogedores que se puedan vivir.

   Ascensos como si de un singular gólgota se tratara y descensos que deparan sorpresas; de idas y venidas entre la ciudad allende protegida por la Sierra de Segura y los pinos mediterráneos que salpican su espacio vital. La sempiterna Iglesia de La Asunción que guarda un lado del espacio que ocupa el museo, calles empinadas y estrechas que conforman una telaraña de historias; el recuerdo almohade y judío, el asentamiento que ocupara el sitio arqueológico de El Tolmo de Minateda, como el que plantó la génesis de la actual ciudad de Hellín.

Me atrevo a decir que estas dos ciudades que siendo una y con la distancias estéticas y literarias que no se me escapan, podrían (casi) adentrarse en la descripción dickensiana: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos...». Eso sí, siempre Historia viva y sentimental.

viernes, 18 de noviembre de 2022

𝗧𝗿𝗲𝘀 𝗝𝘂𝗮𝗻𝗲𝘀, 𝘁𝗿𝗲𝘀

   


    Tres Juanes faenan en el Matador de la Calle de La Cruz, una de esas callejuelas que serpentean el Madrid añejo ¡y galdosiano!; que te conducen al destino o son las responsables -no busque culpables- de acabar entre cuatro paredes donde un matador que quiso, que insistió, fue empitonado por la vida. Y por experiencia sabemos que no existe peor morlaco que la puñetera realidad, pero si alberga alguna duda, nada mejor observar el semblante de la figura taurina que desde una especie de altar, observa el ir y venir de los parroquianos. Cuando lo vi, no pude por menos que recordar a Mi tío Jacinto (1956), la película dirigida por Ladislao Vajda y protagonizada por Pablo Calvo y Antonio Vico.

   

   En este ruedo -al que se puede llegar, por ejemplo, desde la Plaza de Jacinto Benavente, epicentro desde el que se bifurcan varias calles-, donde tantas chinchetas como usted pueda imaginarse sujetan billetes fuera del alcance de nuestro querido Banco de España, entra un argentino que amenaza con traer la guitarra que, seguro, nos haría llorar pero que mis súplicas al buen Dios impiden tamaña experiencia. Un poco más allá de mi ubicación pero no tanto que mis glándulas salivares no padezcan un calvario, dos patas de jamón muestran sendas rampas que se alejan de la pezuña oscura mientras desprecian los motivos que expone un brasileño (o transalpino, que yo ya no sé) que afirma estudiar los trucos de las finanzas en la Complutense. Ríe a un lado y otro buscando la mirada cómplice de la que me salvo gracias a un oportuno beso que recibo en todos los morros.

Pasan las horas y entre el tuteo y el ustedeo llegan las ganas de cambiar el agua al canario, misión ésta que requiere poner en práctica los conocimientos necesarios para no llevarse un susto, porque resulta que la escalera (debidamente señalizada) que conduce a sendos aliviaderos, va cuesta abajo, es de escalones metálicos y tal vez de huella con una longitud de paso no apta para cobardes. No afirmo que sea una odisea pero sí que requiere el amor por uno mismo. Luego, alcanzada la meta, que usted sea feliz.

   Tres Juanes, tres, forman parte del grupo de camareros que atiende con ganas, que corta el jamón serrano, que distribuye las lonchas de lacón a lo largo de una interminable rodaja de pan que se corona con varias cuñas de queso, todo ello (pero hay más enyesque) se acaba fundiendo alegremente hasta que llega a la mesa, alguna de las cuales se pierden al fondo, -dejando a la izquierda al diestro-, en una suerte de salón. Antes, varias mesitas y otros tantos taburetes dan la bienvenida, mientras que con el recuerdo del aquel bullicio de Sol y sin apenas más ruidos que el generado por el tráfico, transcurre el tiempo. Pasan diez, doce, cientos de personas, unas miran de soslayo, otras ni siquiera eso, embelesadas por otros cantos de la metrópolis madrileña que se transforma, pero que intenta sujetar algunos fragmentos del pasado.


«Escapando de las Cátedras, ganduleaba por las calles, plazas y callejuelas, gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital».


Memorias de un desmemoriado

Benito Pérez Galdós


 © Todos los derechos reservados


martes, 18 de octubre de 2022

𝗣𝗮𝘅 𝗯𝗶𝗰é𝗳𝗮𝗹𝗮

 

   



   El mejor servicio que la Unesco podría hacer a los españoles y así justificar su mísera existencia, no debería ser otro que declarar al Partido Socialista Obrero Español patrimonio material de la Hispanidad, dando carta de naturaleza a una evidencia empírica y añadiendo otro motivo de satisfacción entre la gran familia del capullo, más si cabe, cuando esa organización ha comenzado a celebrar un nuevo evento: Los cuarenta años de pax, recuperando una tradición que comenzaron cuando comunicaron que habían cumplido cien años de existencia.

Pues bien, en la línea de hacer propio lo ajeno, estos seres de luz progresista han salido en tropel para afirmar que sin ellos esta vieja nación sería otra cosa, olvidando adrede que en esas cuatro décadas de expolio económico e institucional, los representantes de la gaviota tienen el derecho por méritos propios a ocupar un puesto destacado, y si hubiera algún tipo de duda, recuerdo las sentencias judiciales que así lo confirman, tanto en un caso como en el otro. Y no, los indultos no sirven de comodín.

Resignación

   Llegados aquí, no encuentro mejor oportunidad que, siguiendo mi conocida estrategia de divulgación en aras de un mayor entendimiento intergeneracional, adentrarme en otro asunto que marca las diferencias entre unos ciudadanos con sangre en las venas y otros con horchata al baño María.

Resulta que el contrato social está roto. Sé que es duro asimilar la pérdida de la inocencia, que la convivencia es puro estado de coma; que el amor no es más que otra quimera y que la familia, a pesar de los pesares, si era un constructo social que pendía de una tela de araña. Así debe entenderse la obsesión de comunistas y anexos, por destruir lo que ellos consideran un elemento de cohesión contrarrevolucionario y cuya desaparición ha supuesto la eliminación de vidas ajenas cuyo recuerdo hay que rebuscar en una fosa.

Surge entonces la pregunta de cómo hacer posible las ansias de libertad sin alterar el orden establecido, sin menoscabar el esfuerzo de nuestros líderes por hacer realidad el bien común y salvaguardar al colectivo ante el virus de la individualidad y no cabe duda que la respuesta es una e inequívoca: La resignación.

   Me refiero a ese estado del alma que, agazapado, se presenta como la alternativa ideal cuando hemos perdido toda esperanza de cambiar nuestro destino, otro descubrimiento al que está por llegar un número considerable de compatriotas, que si bien no mueven extremidad alguna para ocupar calles, plazas, alamedas o vías pecuarias, y mostrar su enfado, creen que son dueños de su vida. Lamento ser el mensajero, pero usted debe limitarse a obedecer so pena de caer en el mayor de los ostracismos y quedarse sin la paguita. Resignación. Aquí tenemos la palabra que abre puertas y cierra ataúdes. Resignación para soportar al vecino, para aguantar el desprecio ajeno. Resignación para saber agachar la cabeza. Resignación cuando el otro no tiene razón, pero…

Celebre los cuarenta años de la pax del capullo y el palmípedo. Alabe al partido y su misión en este mundo. Asuma que el latrocinio es por su bien. Sonría ante la cámara, guarde la foto que ellos le regalan y abandone cualquier esperanza de un mundo soportable. Dentro de cuarenta años, más.

sábado, 1 de octubre de 2022

𝗣𝗮𝗿𝗼𝗹𝗲, 𝗽𝗮𝗿𝗼𝗹𝗲...

   


   No existe relación entre el título de este artículo y el alumbrado público, pero sí mucha con Mina Mazzini
y Alberto Lupo y aquel tema musical -Parole, parole (Palabras, palabras)- que vio la luz en los años setenta. Pero no, no dedicaré una línea más a la música porque todo mi saber se centra en un asunto: El futuro de Italia tras el triunfo de la derecha.

   Afirman quienes alardean de poseer toda la sabiduría, que lo ocurrido en la patria de Leonardo no es más que el síntoma de una sociedad enferma; que es vergonzoso que hayan votado cuatro gatos -olvidando que si tal porcentaje de 'mininos' se hubiese decantado por la progresía, habrían confirmado que son unos ciudadanos sensatos, inteligentes amén de atractivos-, y concluyen los apologetas de «la verdad es de izquierdas», que si Dios no lo remedia, tendrán que explorar otros medios que pongan fin a esa locura. Llegados a este punto, se puede afirmar sin miedo, que el pueblo soberano ha tomado el camino equivocado y por tanto no queda otra que reconducir la situación, pero ¿Y si todo esto -la victoria de la derecha- no fuera más que un pésimo intento de ópera bufa, un simple trampantojo con el que narcotizar a los electores? Si la respuesta fuera positiva, el escenario no sería otro que el dibujado por Lampedusa: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie». Gatopardismo 3.0.

Händel nada tiene que ver

   A pesar de lo que pueda creerse, Georg Friedrich Händel, el compositor de El Mesías, no es británico de nacimiento fue parido en Halle, Alemania, un dato sin importancia para el desarrollo de esta pieza escrita pero que denota el interés del escritor por la música de un hijo adoptado por la Gran Bretaña. Mas, sí existe interés en conocer el por qué de esa pulsión que genera la necesidad inaplazable de tener a nuestra disposición a un ser, que sin apenas esfuerzos, nos convence que irradia una luz especial, que es el portador de la verdad de la buena y que con unos emolumentos, al principio modestos y más adelante ya veremos, promete ser el brazo ejecutor de una venganza aplazada durante siglos. ¿Qué ser bípedo puede resistir tales cantos de sirenas mientras contempla aterrado como se desmoronan «los muros de la patria mía». ¡Efectivamente!


Che cosa sei, che cosa sei, che cosa sei
Cosa sei
Non cambi mai, non cambi mai, non cambi mai
Proprio mai
Adesso ormai ci puoi provare
Chiamami tormento dai, già che ci sei
Caramelle non ne voglio più



   Tal vez sea el escepticismo que ha ido anidando entre los pliegues del corazón el que me hace escribir tan cargado de desánimo, puede ser que a pesar de mis esfuerzos por no caer en los cantos de sirena, casi siempre acabe mordiendo el anzuelo aunque, descubierto el truco, desgarre una parte de mi anatomía para deshacerme de esa trampa. Son esos instantes posteriores y mientras restaño las heridas, que me asaltan los recuerdos de Cosme, un ser humano excepcional que era tal, porque desde su infancia vio claro que con mentiras no se iba a ningún sitio (al menos que se despreciara todo aquello que hace nuestra vida soportable) y que según fue madurando vio claro que o asumía el total de sus miserias o terminaría recostado en cualquier zanja. Cosme, el tipo sin quien la vida de muchos sólo habría adquirido la condición de despojo sin empadronamiento reconocido.


Le rose e i violini
Questa sera raccontali a un'altra
Violini e rose li posso sentire
Quando la cosa mi va, se mi va
Quando è il momente
E dopo si vedrà



   Dicen de Giorgia Meloni -rumores, medias verdades, envidia cochina- que además de tener opciones de convertirse en la primera mujer que presidiría el Consiglio dei Ministri, la susodicha resulta un peligro para la paz mundial, el cambio climático, la democracia que aún podemos disfrutar por la gracia de la izquierda, Draghi, Paco Bergoglio…, y los coches eléctricos, pero sobre todo, Meloni es una amenaza porque con sus ideas cercanas al caos, antepone los intereses nacionales italianos a cualquier idea de orden globalista, agenda mediante. Yo, que de natural soy un ser humano que huye de la violencia en todas sus expresiones, no puedo por menos que reconocer la importancia de llamarse Ernesto sin que por ello pueda sospecharse que tengo un hermano ficticio.


Parole, parole, parole
Parole parole, parole
Parole, parole, parole
Parole, parole, parole
Parole, parole, parole
Soltanto parole
Parole tra noi



   Conviene, no obstante, no perder de vista que una parte de los italianos que todavía residen en el país -se calcula que más de dos millones han dado el portazo- y que decidieron acudir a las urnas, creen que la solución a sus problemas ¿la solución a qué?, bueno, a lo mejor entienden que Meloni representa una vía de… es menos mala que los… o posiblemente el hastío por una realidad putrefacta… Claro que en estos tiempos de sutilezas estilísticas, cualquier tiempo pasado no es más que una historia por contar.


Che cosa sei, che cosa sei, che cosa sei
Cosa sei
Non cambi mai, non cambi mai, non cambi mai
Proprio mai
Nessuno più ti può fermare
Chiamami passione dai, hai visto mai



   Por otro lado, tenemos el papel de la prensa española siempre dispuesta a comer de la mano del amo gubernamental y que se ha lanzado a declarar una alerta antifascista mientras la nación donde venden menos ejemplares que la farola, se hunde ‘plácidamente’ entre susurros norteños y eructos del suroeste. Nuestras élites intelectuales orgánicas debaten del porvenir transalpino, añoran el glamur de napoleónico ¡malditos Daoiz y Velarde! y coinciden en señalar que Meloni es una posibilidad que jamás se dará en España porque los españoles no somos italianos. Y ahí quería llegar desde que empecé con este asunto, porque estimado lector, es el momento de recordar que en algún momento de nuestras vidas hemos dirigido la vista hacia Italia con cierto nivel de suficiencia cada vez que los medios de comunicación se hacían eco del grave problema mafioso, de la corrupción que asolaba a la Democracia Cristiana, de cómo huyó la rata de Bettino Craxi, de los ‘suicidios’ por el tema de Roberto Calvi, El banquero de Dios, la logia masónica P2… Y seguro que ante tal avalancha de miserias no dudamos en afirmar: «Nosotros nunca seremos Italia» Non saremo mai l’Italia.


Caramelle non ne voglio più
La luna ed i grilli
Normalmente mi tengono sveglia
Mentre io voglio dormire e sognare
L'uomo che a volte c'è in te, quando c'è
Che parla meno
Ma può piacere a me



   Lo siento, pero esta pieza no comulga con los cantos de sirenas que vienen de allí y aborrece los berridos españoles, digamos que este artículo es una declaración de intenciones desde una perspectiva (!) preventiva, sin empatía y falto de cualquier vestigio de vergüenza, porque en estos aspectos de la existencia el verbo creer sólo conjuga con mesianismo, latrocinio, pobreza energética, incumplimiento de contrato y estafa piramidal.

Sí, yo quería reflexionar sobre Italia y creo que he logrado mi objetivo sin apenas dejar rastros del estropicio. La demagogia tiene los días contados y quienes cuentan esos días, también.


Parole, parole, parole
Parole, parole, parole
Parole, parole, parole
Parole, parole, parole
Parole, parole soltanto parole
Parole tra noi


domingo, 27 de febrero de 2022

Flatulencias guerreras

Mientras los cerebros de la Unión Europea muestran a Rusia hasta dónde están dispuestos a inmolarse en su defensa de la democracia, ordenando que se iluminen los edificios públicos con los colores de la bandera ucraniana o expulsando de Eurovisión al otrora país de los soviets, la República Federal de Alemania conserva el calor de sus hogares y garantiza que las salchichas tengan 'lumbre' eléctrica en las que freírse. 

Mientras transcurren los días desde el inicio de la invasión rusa y se contabilizan muertes de inocentes y soldados, por los gasoductos estadounidenses y 'putinianos' fluye el maná en múltiples direcciones, llenando las cuentas corrientes de unos y otros, a pesar de las restricciones que anuncian para escarmiento del oso Misha, no obstante, parece que los guardianes occidentales aplican unas medidas suaves, no sea que algún miembro del club cuyo nombre empieza por A, pudiera resfriarse. ¿Extraño? 


Párrafo para el desahogo

¡Es una invasión! ¡Rusia debe pagar por eso! ¡Hay que dar una lección que no olviden jamás! ¡Ucrania es el faro democrático! ¡A sangre y fuego! ¡Que hable la ONU, Bergoglio, la OMS (y sus virus). ¡Qué los mecheros al viento indiquen a Putin el camino del cadalso! ¡Que suene Imagine en un bucle infernal!, ¡Por un 8 de marzo con las tetas apuntando al Kremlin! 


Espacio para el recuerdo

Nuestra memoria es frágil y siempre que lo desea, algo juguetona. Por ejemplo, ¿Recuerda el tremendo enfado que se cogió Estados Unidos por culpa de unos 'pepinos' que la extinta patria de los trabajadores quiso cultivar en Cuba? El año 1962 se acercaba a su final y J. F. Kennedy -el estadista que brillaba más que Luis XIV- vio la oportunidad de poner sus huevos al servicio de la historia universal mostrando el cabreo por tamaño atrevimiento de los comunistas, empeñados (y aquí no bromeo) en joder todo y a todos. Así que como no es plato de gusto que se acerquen a tu casa y amenacen con hacerla añicos, dio un golpe en la mesa, no importa en cual, y dijo: ¡Que vengan los hombres del presidente! 

Joder, cuando Nikita Jrushchov -que al parecer nunca hizo una zapateado en la sede de la ONU- se enteró del cabreo presidencial yanqui, habló con el carnicero Fidel y más o menos le dijo esto: «Tú ya sabes que te quiero, pero yo quiero más a mi madre, así que trasplanto los pepinos y me los llevo de vuelta». Y la crisis pasó a convertirse en una ligera fiebre. 

Pues bien, en el caso que nos ocupa hay ciertas similitudes. La OTAN se pone chula y se acerca a Ucrania a quien ofrece pepinos a bajo precio además de otro tipo de regalos y el Putin que las ve venir, porque el tipo domina el materialismo histórico que ríete de Engels y Plejánov, pega un alarido que se escucha en Karelia. Los hombres del presidente ruso, cuyos tímpanos se recuperan, se sientan alrededor de un fuego de campamento a -30º sin camisa y en pantalón corto. Se miran a los ojos, Putin se observa la entrepierna, y tras unos instantes de desasosiego como si fuera fruto de una reacción nuclear, todos gritan al unísono: «¡El gas!» y con menos ímpetu pero atrapado una emoción casi incontenible, Ulianov no puede evitar decir: «Ucrania será nuestra Cuba, la tumba de la NATO» -el tipo domina el inglés-. Todos aplauden a rabiar, se abrazan pero hasta cierto punto, y luego sin pensar mucho se lanzan a las congeladas aguas de un lago. No importa cuál. 

«Yo creo que esto va de defender la sin par democracia ucraniana de las garras rusas», comentan en los foros del progreso. «Pues según he leído en el BOE, el Gobierno español pondrá en marcha su «Disuasión de defensa no ofensiva con perspectiva de género y resiliencias varias», susurran en tabernas septentrionales.

Y mientras el sabio pueblo que habita la Tierra enciende palmatorias, compra bombillos rojos y amarillos (no se confundan con la bandera regional de Canarias), y maldicen a Putin -que es un hijo de puta-, en la República Federal de Alemania el calor no cesa, las empresas gasistas de EE. UU. y Rusia no saben dónde guardar el pastizal, la UE baraja prohibir la venta de discos de Alejandro Sanz al país agresor, usted y yo no sabemos cómo diablos pagar la factura eléctrica o qué podemos hacer ante la ruina que se nos viene encima. Por cierto, no sufra en exceso, porque quienes detentan el verdadero poder se están descojonando al otro lado del telón mientras planean la siguiente epidemia, la enésima crisis y la próxima campaña solidaria. 

Ya sé que todo es más complejo, pero ¡coño!, déjeme ser un verso suelto.


sábado, 19 de febrero de 2022

La felicidad emboscada

   No existe peor costumbre que ignorar las señales que indican la llegada de un tiempo nuevo a pesar de que algunos se empeñen en avisar que tales aires renovadores no son otra cosa que una amplia gama de aromas pútridos que arrasaron vidas y haciendas durante aquellas décadas alocadas que abrasaron el siglo XX. A pesar de los pesares, hay cabezas obcecadas por avisar del engaño que siempre terminan causando una ridícula muesca en las piedras del templo más cercano que generan las risas de unos pocos y la vergüenza del entorno familiar siempre proclive a ofrecer el sacrificio de uno de los suyos en el altar del progreso. Y ahí quería llegar.

Desconozco si usted es o simplemente parece, pero por si acaso advierto que estas líneas pretenden ahondar en la comprensión de un fenómeno de naturaleza ideológica apuntado líneas arriba y con el que hemos aprendido a convivir porque sí, porque es lo correcto; porque la historia es hija del avance; porque nos ha alimentado, vestido, educado, emparejado, abortado, arruinado, liquidado, embrutecido y hasta borrado del mapa en poco más de una centuria. ¡Diantres!, y como si fuera una bendición sin posibilidad de devolución al remitente, el ecosistema progresista persiste en su convicción de que sin ellos todo será presa del caos: Regresaremos a una caverna sin sombras que nos confundan y seremos devorados desde los cimientos de nuestras callosidades por presencias malignas, antes dueños absolutos del capital, y desde ese instante carceleros del averno, y es así porque en el pecado llevamos la penitencia.

Y dicen todo eso mientras reparten las migajas de las bacanales que ellos dan en llamar redistribución de la riqueza. Agrupémonos todos… puesto que ellos nos hablan, legislan y abochornan desde esa superioridad moral, ética, estética y sobrenatural de la que son depositarios gracias a los éxitos obtenidos por la revolución rusa que eliminó las colas para entrar en la URSS (y resto del universo del camarada Lenin) pero creó las filas de ciudadanos propios ante comercios que, si había suerte, dispensaban el peor tabaco, la carne (risas) casi menguante y el resto de productos alimenticios que hicieron fecundar el Estado de los soviets hasta que –malditos desagradecidos–, un borracho y otros tipos con más sesera dijeron aquello de «Esto es todo, tovarich». Y el personal soviético-ruso de toda la vida que miraba perplejo al televisor, frente a un escaparate repleto de productos occidentales –cabrones– posiblemente haciéndose preguntas, si bien ninguna de ellas sería esta: «¿Qué pasará con los avances de nuestro querido socialismo?». Espeluznante.

   Se puede hablar largo y tendido de lo que acontece en España con la certeza absoluta de que cualquier valoración está condenada al ostracismo, insultos varios y ataques de gota de las masas críticas que no admiten, por ir contra natura, el menor cuestionamiento de cómo diablos entienden que debe ser vivir en una democracia y menos aún qué hacer cuando alcanzan el poder, ése que siempre está en las manos equivocadas. Como ejemplo sin fisuras sirva este lema reciente que tanta pupa ha hecho: Comunismo o Libertad y el fundido en negro que reflejan sus rostros tan poco acostumbrados a estas verdades del barquero, desconocedores de lo que significa aceptar otras ideas porque simplemente no conciben el respeto al discrepante…

Como sea que no pretendo ir más allá de la esquina por miedo a ser pasto de miradas lujuriosas y comentarios procaces, sepa usted que aquí se acaba lo que había en la confianza de que existe unanimidad, al menos en mi núcleo familiar, al afirmar que la ideología de izquierdas -no importan sus variantes- es uno de los mayores virus que ha ocasionado una pandemia no declarada como tal por el conocido chiringuito pseudosaludable. No busque mejunjes para protegerse, esa peste con disfraz de felicidad emboscada se cura huyendo del miedo y plantando cara. Y sí, son ellos o nosotros.