martes, 14 de junio de 2016

La cintura del zaguero

Nada se habla sobre las vicisitudes de un balón; de sus dudas, angustias y alegrías. De cómo contentar al usuario: si es mejor trazar una parábola, rodar con el césped mojado o dejarse acariciar por una superficie áspera, aunque no cabe duda de que el artilugio redondo tiene muy claro que él no es el protagonista.

Los reyes del mambo futbolero son los jugadores, esos gladiadores que sudan por el escudo; luchan por ser los mejores, aunque sólo unos pocos alcancen la gloria, el olimpo de la cuenta corriente que aliñan con el postre de los anuncios en cualquiera de los soportes conocidos y algunas acciones solidarias allende los mares.
Y en esas estamos cuando, de entre la más espesa de las nieblas, surge la figura de un zaguero; un tipo que a pesar de no tener ni puñetera idea de eso que se llama orden constitucional, reclama, porque sí, el inexistente derecho a decidir de una nación cuyo origen es el fruto de un calentón decimonónico.

Ese hombre, que lleva la friolera de no sé cuántos años partiéndose la cara defendiendo los colores de la Selección Nacional, entre otros motivos porque como recoge el artículo 47.1. de la Ley de Deporte 10/1990, de 15 de octubre ("es obligación de los deportistas federados asistir a las convocatorias de las selecciones deportivas nacionales para la participación en competiciones de carácter internacional, o para la preparación de las mismas") no parece estar a gusto en un Estado que oprime algún derecho de una de las regiones punteras (hasta que surgió un agujero carmelita) y que tuvo la buena cabeza de meter el gol que propició el triunfo del conjunto español ante un rival centroeuropeo.

¿Y qué hizo para celebrar tamaña gesta? ¿Saltar de alegría junto a sus compañeros? ¿Acercarse a la grada más próxima y reír junto a los seguidores españoles? Pues no.
Lo que mostraron las imágenes televisivas en alta definición fue el rictus de un tocador de esféricos que reclamaba su tributo a todos aquellos que han osado poner en tela de juicio su amor a unos colores de los que, al parecer, desconoce todo.

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