martes, 9 de junio de 2015

Del viejo que instruyó a un imberbe a pesar de los 'selfies' y las latas de sopa


El género del autorretrato surgió con el Renacimiento después de que los pintores abrieran puertas y ventanas despejando de sus estudios los últimos restos de las cenizas medievales. Fruto de un incorregible narcisismo, en unos casos y como terapia en otros, varios maestros del pincel se inmortalizaron dejando grandes obras para el disfrute de la vista y el espíritu. Como ejemplos baste recordar las aportaciones al género de Durero, Rembrandt, Picasso o la mexicana Frida Kahlo con 'La columna rota' (1944), un conmovedor testimonio del sufrimiento que la acompañó de por vida.

-Llegados a este punto ¿Cuál será nuestro rumbo, estimado maestro?, preguntó el tímido aprendiz. 
-Tal vez sea el momento de regresar a nuestro tiempo. De sonrojarnos, de reírnos, dijo el anciano, mientras buscaba en uno de los bolsillos de su chaqueta una comprimido con el que calmar los habituales ataques de tos
 ¡Malditos estetas indies!, gritó alegremente.
 Tras una breve pausa, llamó la atención de su pupilo que andaba enfrascado leyendo a Kafka: el chico era un bicho.

-No pierdas detalle de lo que voy a contarte.
-Así será, señor.


Recordarás que durante la ceremonia de entrega de los Oscars 2014, Ellen DeGeneres, la presentadora del evento, reunió a un grupo de actores y haciendo uso de su teléfono móvil, debidamente patrocinado, hizo un 'selfie' inventando en ese momento lo que siempre hemos dado en llamar autorretrato.

-¿Por qué tanto revuelo, venerado oráculo?

-La estupidez, joven amigo. Ignorar el pasado y abrazar al becerro de lo huero es lo que está de moda.


El viejo profesor rememoró, con una sonrisa, las ocasiones en las que situó su modesta cámara fotográfica, regalo de cumpleaños, encima de una piedra o apoyada en el capó de un coche. Y qué decir del nerviosismo del 'artista' por reunirse con el grupo antes de que le pillara el clic del temporizador. Un sinvivir que en algunos casos sólo desaparecía tras la visita al laboratorio.
 Pero hay más. Si la afición prendía, cabía la posibilidad de mejoras en el equipo en forma de trípode y una cámara de mayores prestaciones, claro está que si la misma no era réflex, ahí el retratista debía lidiar con el error de paralaje.

-¿Qué es eso?, preguntó la inocente criatura, mientras daba buena cuenta de un bocadillo de lomo vietnamita.
 Pues eso, explicó el anciano, es lo que pasa cuando el visor es independiente del objetivo existiendo una discrepancia entre lo visto y lo que capta la película.
-Aaah

El joven aprendiz levantó la mirada y con voz temblorosa preguntó al anciano si tenía algo más que contarle. Aquél, con los ojos humedecidos por los recuerdos, dirigió sus pasos hacia el chaval a quien encajó un soberano guantazo.
-¡Maestro, por qué a mi!
-Por tu bien, siempre hago las cosas pensando en tu bienestar. Ahora, observa esa postal de ‘Saturno devorando a su hijo’ y atiende lo que sigue.

Era el año 1983 cuando Andy Warhol visitó España y todas las fuerzas vivas, oxigenadas y medio pensionistas, saltaron de alegría. Había llegado el icono del arte pop, el hombre que elevó a los altares estéticos  una lata de sopa. Pues ese mismo ser, en total armonía con su yo, se acercó al Museo del Prado.

-Oooh, maestro, eso debió ser una experiencia sublime, dijo el imberbe que lidiaba con los últimos párrafos de ‘O lo uno o lo otro’ la obra maestra de Kierkegaard.
Cuánta ignorancia en tan poco espacio vital, rumió el viejo. El tal Warhol, rodeado de una cohorte de cantamañanas, haciendo alarde de una libertad creativa sin límites, optó por comprar en la tienda de la pinacoteca, varias reproducciones de Velázquez y Goya.

Para qué patear salas y salas de ese templo, cuando puedes llevarte las obras en el bolsillo de la chaqueta. Puro pop.

-¡Maestro, maestro ¿algún apunte que ayude a engrandecer, aún más, mi joven espíritu?
-Estimado joven, supongo que no habrás olvidado la reseña ‘hollywulera’, preguntó el viejo.
-La duda ofende, respondió el rapaz, a la par que ojeaba lo último publicado en papel couché.

Pues oye bien, que de cierta isla caribeña, perla de las Antillas de grato recuerdo, Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, dirigieron ‘Guantanamera’, una comedia satírica con un muerto a cuestas y lo que podríamos calificar como la primera víctima de un casi autorretrato fotográfico. En un momento de la trama los protagonistas se enteran de la muerte de un conocido ¿Cómo ocurrió? Preguntan, entonces les muestran una foto con dos personas, bueno, una y los pies de la otra, que siguiendo las indicaciones del fotógrafo de dar un paso más atrás, terminó despeñándose por una ladera.

-Qué triste, maestro
-A ver, muévete un poco más a la izquierda…

Scriptum est

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