martes, 19 de mayo de 2015

De la divergencia del toclé


La relación estaba hecha añicos a pesar de los reiterados intentos por reconducirla. No había manera de que la otra parte aceptara, siquiera, modificar un ápice su decisión.

-Usted debe comprender mi postura. Es la primera vez que me ocurre algo así. Dijo el visitante, mientras que el sonido proveniente de una estancia cercana, causante a su vez del conflicto entre los caballeros, incrementaba el equilibrio de aquel microcosmos.

-Pero, ¿No se da cuenta que usted y sólo usted, es la única persona capacitada para atajar de una vez este problema?, interpeló el anfitrión.
Porque como repetía a todo aquel que quisiera escucharlo, había tomado las decisiones, origen de todos los males actuales, amparándose en unas profundas convicciones estéticas.

De repente, un grito lleno de matices, una verdadera polifonía urbana con reminiscencias bálticas, provocó el rictus entre los interlocutores que, tras varios segundos de indecisión, decidieron escuchar atentamente...
-¡Ayúdenme! ¡No puedo continuar así!

La primera reacción del anfitrión fue la de dirigirse velozmente hacia el lugar origen de la llamada de auxilio: A unos 5,3 metros en una sutil línea recta con suelo de gres debidamente pulimentado.
No obstante,  aunque dio los primeros pasos con rumbo fijo, una voz ronca, penetrante, le obligó a frenar su marcha.

-¡Deténgase,  insensato!, ordenó el visitante ¿Acaso quiere empeorar la situación? ¿No se da cuenta que por actos como ese es por lo que estoy indignado? Deje que sea yo quien me encargue de resolver el problema.

Contrariamente a lo que podría suponerse, (el antaño macho Alfa había mutado a Omega 3 sin polifenoles conocidos) los ojos del anfitrión brillaron como nunca, su rostro se relajó y el ritmo cardíaco recuperó el tono habitual.
Tras varios meses luchando por hallar la solución y convencido, fiasco tras fiasco, de que eso sería imposible; amargado al ver que su familia comenzaba a retirarle el otrora apoyo incondicional; que sus amigos más próximos se pitorreaban sin recato alguno y que los vecinos le amenazaban con movilizaciones, sabía que estaba ante la última mano de esa infernal partida de naipes.

-¡Gracias, muchas gracias. Nunca le olvidaremos! La voz emocionada que escuchaba era la de su esposa. El último mohicano que decidió dar la enésima oportunidad al hombre con el que vivía desde hacía mucho tiempo. De los seis hijos, las consolas, el router y la suegra, (afamada profesora de Urdu y Latín) cabe decir que habían instalado su residencia en un lujoso hotel.

-Cariño, por fin otra vez juntos, dijo él, mientras abrazaba el menudo cuerpo de la dama. Ella, pelo rubio ensortijado, piel trigueña y ojos de un azul profundo, hizo un movimiento de rechazo y mirándole a los ojos, con las manos cerradas y a punto de llorar, espetó lo que sigue:

-La próxima vez que un fontanero te diga que compres una llave de paso de 1/2 y un flexible de 1/4 y traigas un tubo sifónico y una llave de toclé, te crujo el píloro ¡Mamón!

Scriptum est

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