jueves, 5 de junio de 2014

Del tránsito intestinal


La noticia de la abdicación borbónica me sorprendió en pijama y con el móvil en la diestra (ser miembro distinguido del lumpen-proletariado debe tener alguna ventaja). Mi primera reacción ocupó los pensamientos el tiempo justo que tardó en llegar la segunda (reacción): ¡Juan Carlos ¿qué has hecho?!

Sin pensarlo demasiado y tras la pertinente ablución, ocupé plaza en el amplio salón y me dispuse a ver el desfile de la cohorte de genuflexos y abraza-estandartes que loaron la figura del monarca. Tales fueron los excesos, (nada nuevos), que llegué a dudar de si vivía en España o en la añorada Arcadia. La llegada del almuerzo desplazó mi atención a tan nutritivo menester.

A la hora del café se impuso entre los comensales, mi amada esposa y un servidor, una animada discusión en torno a los reconfortantes efectos que ha supuesto la irrupción de la novela negra escandinava, como vía para despojar a esas sociedades de su cuento de hadas. Y sí, en el televisor continuaba esa cansina letanía de adhesiones inquebrantables, sazonada con alguna voz disidente, en número insignificante (no se vaya a confundir el pluralismo con el necesario orden).

Con todo el trajín, en algún momento me vi obligado a visitar el baño, pero sólo el tiempo necesario, regresando al calor del salón con la objetividad que me caracteriza y la vejiga en paz. Llegados a este punto y una tarde soleada, no se nos ocurrió mejor forma de honrar tamaño acontecimiento histórico que dar buena cuenta de unas lonchas de jamón, pan blanco y queso del país, regado con un modesto Ribera del Duero.

Recuerdo que durante unos instantes fijamos las miradas y unas patrióticas lágrimas recorrieron nuestras sonrojadas mejillas, pero como la felicidad nunca es completa, el momento se vio truncado por unos ¡Viva la República! acompañados de otros tantos ¡Que no, que no, que no nos representan!, de tal guisa que optamos por revisitar 'Con la muerte en los talones' como metáfora del histórico acontecimiento.

Sin embargo, pasados unos minutos fuimos conscientes de que no podíamos sustraer nuestra atención al hecho 'abdicante' como tampoco negar que nuestros estómagos requerían cuidados inmediatos: sal de frutas y sendos yogures fueron los calmantes elegidos para reconducir el tránsito intestinal.

Convencido como estoy, de que la imagen que representa a España no es otra que el lienzo de Goya, 'Duelo a garrotazos' (dos hombres enterrados en el barro hasta las rodillas arreándose bastonazos). Que llenamos las calles del país con banderas rojigualdas para celebrar los goles de la Selección nacional de fútbol y acabado el festejo mudamos una franja roja por otra morada.

Que las barras de los bares son testigos del diseño de infinidad de planes para cambiar el rumbo de la Nación que terminan con la resaca. O que una mañana te levantas a mediodía y te das de bruces con un Borbón (campechano él, ¡faltaría más!) que se dá el piro constitucional, lo mejor que se puede hacer es soltar una sonora carcajada, mientras preparando la cena me convenzo de que esto se va al carajo.


Scriptum est






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